Siguiendo con los arquetipos docentes vistos desde la perspectiva de los alumnos, vamos con uno algo más amable que el de ayer: el/la profesor/a buenorro/a.
Cuando se llega a edades de eclosión hormonal, en las que empiezas a ver a las personas bajo el prisma del deseo, puede ocurrir que alguno de tus profesores agudice esos bajos instintos en efervescencia. Mi caso personal, y el de muchos de mis compañeros, fue la profesora de inglés. Treintañera, sin ser especialmente bella, su exhuberancia la convertía en objeto de muchos rumores y fantasías. Sus minifaldas, sus vestiditos ajustados, sus posturitas al apoyarse en la mesa y al enseñarnos sus a veces generosos escotes, eran todo un festín para nuestros sentidos. Que yo sepa, nunca pasó nada con ningún alumno, pero a más de uno no le hubiera importado. En mi retina, aún titila el recuerdo del último día de clase, en junio, cuando vino con un vestido corto, minifaldero, ajustado, azul, y se sentó encima del pupitre que servidor tenía justo en frente. Esa visión es otra de las cosas de mi período escolar que no se me olvidará.
Desconozco, o ahora mismo no recuerdo si mis compañeras de clase y de colegio tenían un profesor fetiche, pero no me extrañaría. En la Universidad, ya más mayorcitos, sí que los había, pero ahí el profesor ya no está tan en el pedestal como en la pubertad y primera adolescencia. Es más tangible, más a mano. No sé si me explico...