miércoles, 17 de abril de 2019

Fuego

El fuego atrae la mirada. Es hipnótico. La danza de las llamas, los colores, la distorsión que el calor provoca en los materiales y la visión. Cuando hay una hoguera cerca, es imposible no quedarse contemplando embobado. 

Por eso, cuando anteayer ardió Nuestra Señora de París, no fuimos pocos los que, no sin cierto rubor, vimos belleza en el incendio. Alguien fue muy criticado (de esta forma tan farisaica y moderna) por hacer una compración con las fallas valencianas. Pero sí, hay belleza en la destrucción. Da vergüenza reconocerlo, hay que tener valor. Pero en ese contraste de fascinación y desagrado hay fuerza. Viene a mi memoria la imagen de Jünger en una azotea del París ocupado contemplando un bombardeo  enemigo como quien ve una obra de arte, tomando una copa. 

Fue un momento estéticamente kantiano. Para Kant, el desinterés es la clave de bóveda de lo estético. Es autónomo y no está influido por ninguna otra consideración: ni de conocimiento, ni material, ni de ninguna otra clase. Es difícil realizar este destilado, porque en seguida saltan las consideraciones (los intereses) de toda índole: el valor espiritual, histórico, artístico, incluso el económico. Esto también se sumó a lo hipnótico. Vimos la destrucción (que luego no ha sido tanta, pero nos temimos lo peor) de un símbolo. En este sentido fue un fuego que nos dejó fríos, que nos heló. 

Lo viví pensando que en otro tiempo se vería no una simple desgracia, sino alguna clase de señal. Algo que se intensificó al saber que al mismo tiempo también ardía la mezquita de Al-aqsa en Jerusalén (con menos destrucción, pero ardiendo al fin y al cabo), yb en estas fechas de Semana Santa en las que estamos. ¿Y si al fin y al cabo sí fue alguna clase de señal? A este respecto, un comentario de un amigo en un grupo de Whatsap: "cuando arde la iglesia, el diablo se acerca". Veremos. 

Finalmente, un recuerdo personal. Estuve en Notre Dame va a hacer ahora ocho años. Debo reconocer que me decepcionó (como casi todo lo que visito), y con esa sensación la visité. Además, está la cuestión de la masificación: en un mercado hay menos gente, y el barullo que había allí dentro no era adecuado al monumento, contribuyendo así a la decepción (evidentemente, yo era uno más dentro de la vorágine, engrandeciéndola). En las fotos que hice sólo se ve multitud. Pero de aquella visita hubo algo que destacó y que es la imagen que hay en mi memoria: un Guardia Civil. De uniforme. Lo vi un instante, se escurrió en seguida y llegué a dudar de si lo había visto. Pregunté a la gente que me acompañaba y nadie se había percatado de su presencia. ¿Qué puñetas hacía un Guardia Civil, con uniforme (de hecho, en mi grupo había uno, pero estaba de vacaciones), en otro país y dentro de una catedral?

PS: resuelto el misterio del Guardia Civil 

viernes, 5 de abril de 2019

Cobain. Veinticinco años

Se cumplen hoy veinticinco años del suicidio de Kurt Cobain. A muchos no les dirá nada. Pero a los que vivimos la época con plena conciencia significa mucho. Recuerdo perfectamente lo que hacía cuando por la radio dijeron, un sábado por la tarde, que Cobain había sido hallado muerto. Yo tenía 16, y me sabía sus discos de memoria. Es cierto que la explosión de Nirvana me pilló en mi época rapera y lo vi con cierto recelo y desdén. Pero en esas edades se cambia mucho, y me acabé pasando a todo lo que tuviera una guitarra eléctrica, y Nirvana eran entonces los que marcaron el pulso de la época y de los jóvenes de aquellos años. Los había mejores y con más talento, pero ellos estuvieron en el lugar exacto en el momento justo. Y nadie como ellos expresó la rabia y el desconcierto de la juventud, el vértigo de la vida y el mundo por delante. Resulta paradójico, porque los años noventa se abrían con la guerra fría agonizando y el horizonte bastante despejado, pero lo que surgió fue esa rabia y desesperanza que a veces tiene mucho de pose, pero que en Cobain, viendo lo que acabó ocurriendo (llevó fatal el éxito y cayó en una espiral autodestructiva que le condujo al suicidio) no era impostada. 

Seguro que mucha gente de mi quinta recuerda como yo el momento en que supieron de la muerte de Kurt Cobain. Luego vino la idolatría, la moda y la explotación comercial, que llega hasta nuestros días. A veces veo con nostalgia a algún joven de instituto con camiseta de Cobain, igual que las que algunos llevaron entonces, y no puedo dejar de pensar que el Cobain que él admira ya no es el mismo que yo viví (para él es pasado y mito, yo lo vi desplegarse y apagarse). 

Ahora suena en mi repoductor el vinilo del Unplugged, grabado unos meses antes del suicidio y publicado unos meses después. Le falta la electricidad rabiosa característica del grupo, pero tiene una melancolía y un desgarro que adquiere todo su sentido sabiendo el infierno en el que andaba metido. A destacar una imagen: vayan al minuto 3:57 de esta desgarradora versión del Where did you sleep last night de Leadbelly, en esa pausa, mirada y toma de aire/suspiro está todo.