jueves, 31 de mayo de 2007

Lluc


Uno de los lugares más emblemáticos y queridos por los habitantes de esta isla es el monasterio de la Mare de Déu de Lluc, patrona de Mallorca. Allí se encuentra la figura de la Virgen y es un lugar de peregrinación desde la Edad Media. Situado en un valle a unos 500 metros de altura y rodeado de montañas de más de 1000 se encuentra el monasterio, de estilo barroco en su última versión, ya que se sabe que allí hubo una ermita desde el siglo XIII. La historia del lugar es muy tópica, un pastorcillo encuentra la figura de la Virgen con el niño y a partir de entonces empiezan a suceder milagros y prodigios varios que convirtieron a la figura en la más venerada de la isla.

Los siglos han ido pasando y Lluc sigue siendo un lugar central para los mallorquines, a pesar de no ser tanto un lugar de Fe (que sí que lo es, pero menos) y más un centro cultural y deportivo. Todos los años en verano y de noche se lleva a cabo una subida a pie desde Palma, unos 40 y pico kilómetros, con el broche final de la subida, que no es poca cosa. Es más un evento deportivo que de Fe, pero es una señal del influjo que aún posee el santuario. Además, el monasterio en sí mismo es un lugar desde el cual parten numerosos caminos de montaña y rutas para el ejercicio del senderismo.

Como casi todos los lugares sagrados, Lluc tiene una historia que va más allá del cristianismo y de sus usos actuales, constituyendo auténticos sitios de superposición de la espiritualidad de distintas culturas y civilizaciones. La etimología del nombre nos pone sobre aviso, puesto que Lluc viene del latín Lucus, que era como los romanos llamaban a los bosques sagrados. Esto ha hecho pensar a los historiadores que allí había alguna clase de centro espiritual en tiempos de los romanos. Pero para colmo, hay por la zona numerosos restos arqueológicos y uno de los descubrimientos más importantes de la isla, el hombre de Muleta (los restos de un habitante primitivo en un ataúd dentro de una cueva que, curiosamente, tiene forma de útero), que puede verse en el museo del monasterio. Y la cosa no es para menos, puesto que el enclave del monasterio constituye una de las zonas más misteriosas de Mallorca. Ya de por sí el paisaje de montaña sobrecoge y le hace a uno sentir pequeño, y es motivo suficiente para darle ese halo misterioso que todo lugar sagrado necesita. Pero es que en Lluc coinciden otras cosas. Es la zona más lluviosa de la isla, lo cual le da a la vegetación más frondosidad y espesura. Además, el típico pinar mediterráneo habitual por el resto de la isla, desaparece aquí para dar lugar al encinar. Las encinas son árboles de copa más espesa y troncos más retorcidos. Hay musgos en las rocas y hiedras que trepan por los troncos de encinas centenarias. El bosque es umbrío, tanto que hay trechos en los que el cielo apenas se entrevé por entre las hojas. La naturaleza calcárea de la sierra ha dotado a la región de numerosas cuevas y recovecos en la roca. Y por llover tanto, el efecto del agua ha dotado a las rocas de formas caprichosas que le dan a la zona un aire irreal y onírico (el fenómeno es conocido como modelado cárstico). Como se ve, ingredientes todos para hacer creer a los hombres desde el principio de los tiempos en que allí se encontraba alguna clase de trascendencia, un tipo extraño de contacto con otras realidades.

Más allá del tema religioso, es todo un placer pasear por esos bosques, acceder a algún mirador y disfrutar de las vistas. La única pega es la carretera que no es que sea la mejor del mundo, típica de montaña con curvas y recurvas, barrancos, subidas y bajadas. Un buen lugar para una excursión de domingo.

miércoles, 30 de mayo de 2007

Tic Tac


Hay días en los que Sergio no puede dormirse. No ocurre muy a menudo, pero ocurre. El cansancio, la tensión acumulada, el calor, o vaya usted a saber qué motivos son los que le impiden conciliar el sueño de forma rápida y confortable. Esas noches sólo percibe la oscuridad y el silencio, que se extienden por toda la casa. Con un poco de suerte, hay luna llena y un tenue resplandor argénteo le permite ver algo de lo que se extiende más allá de la puerta de su habitación. Cualquier clase de luz le molesta, y baja las persianas por completo, por lo que el cuarto permanece en la más absoluta penumbra. Como si estuviera metido en un pozo, sumido en la sombra y sólo viendo la abertura por encima de él. Así se siente Sergio en estas noches de insomnio. Da vueltas en la cama, prueba posturas nuevas para ver si así se relaja más. Boca arriba, boca abajo, de lado, con una pierna fuera de las sábanas... Cualquier prueba es buena. Pero ninguna funciona. Por encima del silencio, ominosamente superpuesto a él, pero sin anularlo, el tic tac del reloj de pared del comedor. Se le mete en la cabeza, y no puede oir nada más. De día no se oye, absorbido por los sonidos de la vida cotidiana. Pero por la noche sale a escena y lo impregna todo. El tiempo se hace audible y le llena de angustia. No le deja dormir como él quisiera, lo siente pasar por todas partes. Por debajo del tic tac, el bum bum de su corazón, algo acelerado, recordándole que él tiene su propio reloj, y que algún día se le acabará la cuerda. El reloj de fuera en paralelo con el de dentro, como un recuerdo, un modo de tener ante los ojos la realidad del deterioro y el envejecimiento, del progresivo avance de la muerte, que no es que venza de una vez y ya está, sino que poco a poco se va apoderando de nosotros, desgastándonos. El péndulo sigue su peregrinar entre dos puntos fijos, marcando así el avance de la señora de la guadaña, y Sergio lo siente como si estuviera sobre él, gigantesco, amenzándole, acercándose a su cuerpo. Atado en el oscuro pozo de la existencia, el péndulo se cierne sobre él, y algún día lo desgarrará, y vendrán a llevárselo, ya sin vida, al lugar donde los buitres lo devorarán. En su lugar pondrán a otro, que intentará olvidar la negrura del pozo y la presencia del péndulo. Pero en algunas noches de insomnio todo se le hará presente. Y no se podrá dormir. Aunque al final el sueño siempre aparece y aparta esos pensamientos sombríos. Al menos hasta la próxima vez.

martes, 29 de mayo de 2007

Cultura


La gente valora la cultura, el tener conocimientos sobre las cosas. En apariencia aporta tranquilidad y mayor apmplitud de miras. Pero nada más lejos de la realidad. Puede llegar a ocurrir que el culto, el que estudia y acumula conocimientos (que no sabiduría) , desee la ignorancia, porque ve en ella esa tranquilidad que el ignorante busca en el culto. Queremos lo que no tenemos. Y lo que queremos en este caso es la tranquilidad vital, el sosiego de saber que todo está controlado y es previsible. Tanto el culto como el ignorante huyen de una situción de base que es la angustia. Angustia provocada por la falta de base, de suelo sobre el que desplegar nuestras vidas. Todos, de un modo u otro la sentimos, aunque podamos aferrarnos a unas creencias básicas que nos otorguen ese suelo (a pesar de las cuales la angustia se cuela por las rendijas). De ahí nace el impulso que nos mueve a la cultura. Como es sabido, cultura comparte la raíz con cultivar. Adquirir cultura es cultivarse. Crecer y desarrollarse, echar raíces, aferrarse con más fuerza al suelo. Lo normal es que la cultura profundice, refuerce y amplíe las creencias que nos mantienen a flote. O al menos que nos haga aferrar a nuevas creencias, que echemos raíces en otros suelos. Pero algunas veces ocurre que con la cultura, sobretodo cuando los deseos de enraizar son más altos, uno se da cuenta de que no hay suelo alguno. Y esto acrecienta la angustia. Entonces se desearía volver al estado de creencia, al suelo de la ignorancia. Pero ya es en vano, porque la cultura es un camino de no retorno, de profundización en ese carácter trágico e indigente de la existencia. A partir de ese momento sólo queda convivir con la angustia, vagar sobre la nada, hacerse fuerte en la falta de fuerza. Y, puesto que en realidad da lo mismo, hacerlo de forma alegre.

lunes, 28 de mayo de 2007

Incertidumbres


Hoy me siento analista político. Qué le vamos a hacer, nadie es perfecto. Y también estoy tópico (tengo un mal día). El pueblo (el populacho, la chusma, la plebe..., llámelo usted como quiera) ha hablado. Y el veredicto ha sido alto y claro. Una delegación en toda regla. Pacten ustedes, hagan el trabajo que no nos hemos decidido a hacer nosotros, que nos viene grande. Ustedes saben de qué va todo esto mejor que nosotros. Así que vía libre para el mamoneo y el intercambio de cromos. A ver lo que sale de todo esto. Y la verdad es que, en mim modesto entender, no hay nada claro, porque los que hasta ahora habían pactado han quedado un poco quemados en la última legislatura (a pesar de que el PP tenía mayorías absolutas en varias partes). La bronca parecía grande, pero ya se sabe, el poder es el poder, y grandes enemigos se convierten en culo y mierda de un día para otro.

Al final todo va a depender de la voluntad de uno de esos partidos pequeños de un par de diputados y unos pocos miles de votos, que va a aprovecharse de las ansias de poder de los grandes para sacarles todo lo que pueda (alcaldías, presidencias...). En parte está bien, porque les obliga a negociar y se forman gobiernos mixtos en los que hay que ir con mucho cuidado a la hora de tomar decisiones, así se demuestran las capacidades de negociación y convivencia, básicas en democracia. Pero por otro lado, y por eso mismo, se puede llegar a un cierto anquilosamiento e inmovilidad por el exceso de debate y de voluntades que tiran cada una por su lado.

Al final todo está abierto, al menos las tres cosas que tuve que votar: Palma, Mallorca y Baleares. Será divertido ver los movimientos que hacen los partidos, los servilismos y lameculismos que vamos a presenciar. Seguramente veremos a algunos hacer todo lo contrario de lo que dijeron, y a otros dejarse querer para luego dar la puñalada. Las urnas han dado la palabra a los despachos. Lo malo es que sólo nos enteraremos de lo que quieran que nos enteremos. Las servidumbres tendremos que deducirlas y padecerlas durante los próximos cuatro años. Y no sé porqué, pero cuando me hablan de despachos, pienso en la Lewinsky...

domingo, 27 de mayo de 2007

Epojé


"Y por no echar mi voto
en cualquier saco roto
me abrazo a la quimera
que no lleva bandera.
Un viejo residuo
tengo de individuo
que, en vez de hacia a la cola de ir a votar
me lleva al bar.
Ojalá mi ausencia
colabore en conciencia
con la papeleta
que cada cual meta
y que haya mejores
administradores
y que María Cristina sea ejemplar
al gobernar.
Ya que, Dios mediante
no me veo de votante,
vaya por delante
que le pido a mi abstención
campo de acción."

Javier Krahe. Vaya por delante

sábado, 26 de mayo de 2007

Pasado y futuro


"El sustantivo 'emunah -amen es la forma verbal- con que se dice 'verdad' en hebreo viene de un tema cuyo significado primario es 'lo firme', 'lo seguro', pero referido sobretodo al orden personal: es la seguridad de un amigo, la firmeza de una promesa. Esto indica su orientación hacia el futuro: que el amigo será seguro, que la promesa se cumplirá. De aquí el significado del sustantivo 'emunah=confianza. Que de 'confianza' pase el vocablo a significar 'verdad' revela hasta qué punto el hebreo, como el asirio y el persa, no siente delante de sí el ser, la Naturaleza, sino una absoluta voluntad, algo más allá de todo ser que mediatiza y nulifica a éste. Es digno de nostarse cómo la expresión más técnica que se ve Aristóteles obligado a emplear para decir 'lo sustancial' de una cosa, por tanto, el más auténtico ser, es su extravagante término -un término que es toda una frase, la cual debe ser entendida como un nombre- 'ser una cosa lo que era'. El ser es para el griego, como arriba digo, un presente, pero cuando se le aprieta y se le va con ganas al cuerpo, resulta que es un pasado. Se trata de una óptica cronológica invitable, dada la idea griega del ser. La realidad que ante nosotros hay ahora -el presente- es, en parte, un pseudo-ser, lo accidental. Ese pseudo-ser es sólo ahora. no era antes: lo produjo una causa temporal o el azar. Pero tras él hay también ahora, por tanto, también en presente, el verdadero ser, la sustancia. Y ésta es lo que es ahora porque lo era ya antes, en un infinito pasado, desde siempre. El verdadero ser tiene el esencial carácter de un antes, un próteron. Por eso es principio -arché-, antigüedad. La ciencia de ser es... arqueología."

José Ortega y Gasset
Apuntes sobre el pensamiento, su teurgia y su demiurgia.

El texto llama la atención sobre la distinta orientación de los pueblos griego y hebreo a la hora de afrontar la realidad de lo ente. Para el hebreo, todo depende de la voluntad divina, que es la que ha creado todo lo existente. Por eso ese estar en el mundo se vuelca en el futuro, en la confianza en esa voluntad, en que vaya a cumplir las expecativas creadas por su promesa. El griego, en cambio, cifra esa confianza en el pasado, en encontrar el núcleo fijo que se mantiene tras el cambio y la inseguridad ante el presente y el futuro. En último término todo tiene su base en la creencia, en que la voluntad divina se va a cumplir y en que todo va a seguir como era, en que ese núcleo que se supone no vaya a cambiar. La fe en la base de ambos pueblos. Por eso han podido combinarse. Porque, aunque parezcan incompatibles, no debemos olvidar que nuestra cultura bebe de ambas fuentes, de la arquelogía y de la confianza en el futuro. La misma idea de progreso es una de las criaturas nacidas de la unión de ambas visiones.

viernes, 25 de mayo de 2007

Noche en la ciudad


Madrugada. Saliendo de la muchedumbre y el barullo de algún local con música en directo al silencio de la calle. Se agradece el fresco viniendo de un sitio tan atestado de gente que el aire acondicionado no se siente. Apetece pasear un rato. El centro de la ciudad, de día tan bullicioso y frenético, está ahora vacío. Ni una persona, ni un coche, si acaso algún taxi despistado en busca de algún cliente inexistente. El calor del día ha desaparecid, pero no hace frío, no se echa de menos algo de abrigo. Se está a gusto. Los monumentos, con sus iluminaciones apagadas, se ven extraños. La compañía es agradable, y la conversación mejor. Algunas risas nos devuelven eco. Entonces te das cuenta de lo vacía que está la calle. Me pregunto si habremos despertado a alguien. Ahora ya da igual. Nos vamos a los coches. Ahora toca conducir solo por la ciudad. No hay otros coches. Tengo todo para mi. Es extraña y paranoica la sensación de estar parado ante un semáforo esperando a que se ponga verde y no tener nadie a quien dejar pasar. Prostitutas y sus chulos en las Avenidas. No se ven potenciales clientes, ni siquiera hacen ademán alguno a los pocos coches que hay (a estas alturas de la ciudad ya hay algunos vehículos más). Se las ve aburridas. No parece haber sido una buena noche para ellas. Mañana será otro día.

miércoles, 23 de mayo de 2007

martes, 22 de mayo de 2007

Puertas y ventanas


En mis paseos por la parte antigua de Palma, hay algunos elementos que llaman mi atención. Uno de ellos son las puertas y ventanas tapiadas. Hay muchas, muchísimas. Algunas veces me paro ante ellas, preguntándome a dónde conducirían, cuánto tiempo llevan así, quiénes y porqué decidieron hacer tapiar esos lugares de observación y de paso. No dejan de provocarme cierta tristeza estos umbrales que ya no lo son. Quedan los dinteles, como señales de lo que en otro tiempo fueron, y que tal vez deseen volver a ser. No dejan de resultar inquietantes estas aberturas cerradas, porque suponen cicatrices en los edificios, en las paredes, y gritan sobre el paso del tiempo y el fluir de todo lo que creemos imperturbable. Seguro que las gentes que atravesaron esas puertas y que se asomaron a las ventanas nunca pensaron que acabarían así. Y más aún, frente a la aparente quietud del casco antiguo, donde todo parece estar fijado así desde hce siglos, estas puertas y ventanas nos dicen que no, que todo cambia y que no siempre la ciudad ha sido como la conocemos. Y lo siguiente es preguntarse acerca de cómo era Palma cuando todo eso que ahora está tapiado ahora estaba en funcionamiento.

Pero al pensar todo esto, uno se da cuenta que la ciudad está inmersa en un cambio continuo, a pesar de que se pase por los mismos sitios desde hace años, y que se crea que todo está igual que siempre. He visto desaparecer lugares emblemáticos para los palmesanos. los que más han dolido han sido los bares y los cines (algunos de los cuales, a pesar de hacer años que no existen, siguen dando nombre al lugar donde estuvieron). Paralelamente, también he visto surgir parques y nuevos edificios que con el tiempo se convertirán en tan cotidianos y básicos como era lo desaparecido. Y también hay mucho que se mantiene en pie, inmutable desde hace décadas y siglos. Ahí está aún el edificio donde nació mi abuelo, ruinoso, abandonado, pero en pie en medio de una de las calles más estrechas y cochambrosas de la ciudad. He visto plazas reformarse, algunas para bien y otras para mal, parques que se suponía que tenían que ser pulmones para la ciudad ser cubiertos de cemento y reformados muchas veces en pocos años. Y he visto puertas y ventanas que han sido tapiados. Incluso algunas que han sido abiertas de nuevo.

lunes, 21 de mayo de 2007

Los pitagóricos y la terapia musical


La secta pitagórica creía en el poder terapéutico de la música. La explicación es sencilla. En la importancia que le daban a todo lo numérico, ellos fueron los primeros en darse cuenta de que la naturaleza y sus movimientos podían traducirse en relaciones matemáticas. Así, asignaron un número a los distintos elementos y a los cuerpos celestes. Y descubrieron un montón de relaciones numéricas y geométricas (entre las que no se encuentra el famoso teorema, paradójicamente). También se dieron cuenta de que la música seguía un patrón númerico reconocible. De este modo, para ellos, todo podía ser reducido a número, a una mera relación matemática.

Este razonamiento, tan evidente para nosotros, fue toda una revolución que les permitió un estudio más profundo de la naturaleza y de sus fenómenos, y se encuentra en la base de toda nuestra ciencia. Esto convierte a los pitagóricos en fundamentales para nuestra cultura. Pero su doctrina no sólo iba destinbada a estudiar la naturaleza, sino que tenía aplicaciones en todos los ámbitos de lo humano, también la medicina.

Para ellos, los movimientos de los cuerpos celestes, y los de la naturaleza misma, producían una música que no oímos por estar demasiado habituados a ella. El razonamiento es evidente, porque las relaciones numéricas son traducibles a música, por estar sometido todo a la misma ley del número. Nuestro cuerpo también tiene su música particular. Cada momento tiene la suya. En teoría, la música del mundo y la nuestra deberían estar en armonía. Pero a veces ocurre que se desacompasan, que cada una va por su lado, provocando una cacofonía. Entonces surge la enfermedad. Y la cura pasa por la katharsis, por la purificación del alma. Y claro, la purificación pasa por la música. Se trata de hacer que el cuerpo resuene armónicamente con el universo. Para eso tenían sus ritmos adecuados. En concreto se trataba de una catarsis alopática, es decir, basada en principios contrarios a los que provocan la enfermedad. Es lo mismo que nuestra medicina, que ataca frontalmente las que supone que son las causas de la enfermedad. La catarsis homeopática, la descrita por Aristóteles al hablar de la tragedia, produce la purificación provocando los mismos estados que se pretenden combatir.

Así pues, lo que hacían los pitagóricos era someter al enfermo a sesiones de musicoterapia. Les tocaban músicas relajantes o estimulantes según las necesidades del momento. A nuestra época hipermedicada puede parecerle algo inútil y estúpido, pero la medicina actual ha empezado a interesarse por la musicoterapia, no tanto para curar patologías como para producir estados que ayuden a los efectos de las medicaciones y a la curación misma. ¿Quién no se ha puesto una música para relajarse o para animarse?.

sábado, 19 de mayo de 2007

viernes, 18 de mayo de 2007

Hipocondria


Para el hipocondríaco, cualquier síntoma, cualquier pequeño cambio en su estado corporal es la avanzadilla de la muerte. Volcado en su cuerpo, todo es amenazador y para él. Él más que nadie siente la peligrosidad de la existencia, sabe que en cualquier momento todo puede terminar. Vive una existencia descarnada, más allá de ficciones y consuelos. Pero no nos engañemos, es un gran vitalista. Por amor a la vida siente con temor todo lo que la intimida, todo lo que puede ser nocivo. Pero precisamente por ese amor no vive la vida, porque los amores más profundos son los que no se realizan. El bienestar queda atrás, y quisiera fijar los breves lapsos de tiempo en que se encuentra bien en una eternidad. Pero la vida fluye, y la salud se le escurre por entre las manos. Resiste como puede, sobreviviendo a sus días en medio de dolores, taquicardias y mareos varios. Cada día le sorprende un nuevo signo en su maltrecha mente alojada en un cuerpo que, de forma sorprendente, resiste mucho. Los que están a su alrededor no le comprenden, y se burlan de sus ficticios males. Pero él los sufre como si fueran lo que él cree que son. La vida es dura para el hipocondríaco. Pero todos dicen que es un cuentista y ríen cada nuevo síntoma que les relata. "Si vosotros tuviérais lo que yo no os reiríais", piensa enrabietado. El médico le dice que no tiene nada, pero él no lo cree. "¿Cómo no voy a tener nada, si a mi me duele todo?". Tal vez su problema sea ese, que todo le duele, que la existencia es para él un calvario, un camino espinoso en el que todo es un motivo de preocupación.

Todos ríen sus males. Pero él sabe muy bien que el que ríe el último ríe mejor. Y que algún día su ataque no será imaginado, que será de verdad. Y entonces les callará la boca a todos, dejándoles con el resquemor ese de "¿y si le hubiéramos hecho caso...?". Y entonces será su momento triunfal. Pero ya no lo podrá disfrutar. La muerte, esa con la que aprendió a malconvivir, se lo habrá llevado del todo. Tan sólo en el último momento podrá esbozar una sonrisa. "¿lo véis, incrédulos?". Y la duda será mayor, porque su gran momento, su triunfo final, su momento de mayor gozo, será el último. Como los héroes. Y entonces hasta habrá quien diga que supo morir bien.

martes, 15 de mayo de 2007

Shiro Ishii y la Unidad 731


"La misión divina de un médico es tratar la enfermedad, pero nuestro trabajo ahora es totalmente opuesto a esos principios" (Shiro Ishii)

Las guerras que a lo largo de la historia han tenido lugar han sido un excepcional campo de pruebas y descubrimientos para la medicina. Las heridas producidas por las distintas armas han supuesto todo un desafío para los conocimientos médicos. Además, los prisioneros han supuesto para muchos ejércitos una fuente de sujetos para la experiemntación. El siglo XX, que nos ha aportado las guerras más mortíferas conocidas hasta el momento, así como la extensión de la guerra a las poblaciones civiles, no ha sido menos cruel y destructor en el ámbito médico. Las guerras recientes han generado médicos sádicos dispuestos a hacer toda clase de experimentos con cualquiera que cayera en sus manos. Todos hemos oído hablar de Mengele y sus investigaciones en Auschwitz. Pero hoy quiero apuntar en otra dirección, a otro país y otro médico menos conocidos y que hacen que Mengele parezca un santo a su lado. Se trata del Japón imperial y de Shiro Ishii y su Unidad 731.

Shiro Ishii nació en 1892 y destacó en sus estudios de Medicina, lo cual le abrió el camino para trabajar en los principales hospitales militares del Japón. Allí inició sus investigaciones en torno a los principios de la guerra química y biológica desarrollados en la primera guerra mundial. A finales de los años 20 viajó a Occidente para investigar al respecto. Sus experimentos empezaron en 1932, pero no fue hasta el 36 cuando se formó la Unidad 731. Bajo su dirección se contruyó un complejo de unos 150 edificios (más de seis kilómetros cuadrados, unos 3000 empleados) cercano a la ciudad de Harbin, en China. Oficialmente, el complejo se dedicaba a la investigación para la purificación del agua. Pero en realidad se estaba desarrollando el programa químico y bacteriológico japonés. En los años siguientes y a partir de 1942, miles de prisioneros y de civiles fueron sujetos a pruebas con las armas que los alemanes proporcionaban al imperio del sol naciente. Se les inoculaba la peste bubónica, ántrax, cólera y muchas otras infecciones. El grado de crueldad fue aumentando, así como los campos de interés que se estudiaban en el complejo. Se hacían autopsias en vivo para enseñar anatomía a los alumnos, se practicaban abortos, se sometía a los prisioneros a temperaturas extremadamente bajas, descargas eléctricas, se les amputaban órganos o partes de órganos para ver cómo sobrevivían, se les provocaban ataques cardíacos, eran sometidos a altas y bajas presiones hasta que sus cuerpos se deformaban... Incluso amputaban y decapitaban sólo para comprobar que sus espadas estaban bien afiladas.

Los prisioneros ni siquiera eran tales. Se les llamaba Maruta, es decir, troncos (objetos inertes, no humanos), y en su mayoría eran chinos, aunque también había coreanos, filipinos, y también prisioneros norteamericanos y europeos.

La unidad 731 no era la única dedicada a estos menesteres, hubo varios campos más, todos bajo el mando y la supervisión de Ishii. Y sus labores se extendieron a los pueblos vecinos, puesto que sus epxerimentos incluían la diseminación de los gérmenes en poblaciones, para ver si las bombas biológicas que diseñaban funcionaban como ellos deseaban. Se calcula que sólo en la unidad 731 murieron entre 3000 y 12000 personas, y nadie sobrevivió. Cuando la guerra estaba a punto de acabar, las autoridades ordenaron destruir los complejos de investigación para que no quedaran indicios de lo que ahí se había hecho. Pero no obstante la rendición nipona en 1945, Ishii siguió con sus planes, entre los cuales estaba llevar a cabo un ataque biológico en los Estados Unidos.

En uno de esos giros irónicos que da la historia, hay que señalar que los Estados Unidos capturaron a Ishii en 1946 y le ofrecieron la inmunidad a cambio de la información que había adquirido en sus años de experimentación con humanos. Ishii accedió, facilitando así la creación del programa de armamento biológico norteamericano. Ishii regresó a Japón con honores, y murió tranquilamente en 1959.

Más imformación y mejor: http://sgm.casposidad.com/prensa/u731.htm

lunes, 14 de mayo de 2007

El final del Tractatus


6.4 Todas las proposiciones valen lo mismo.

6.41 El sentido del mundo tiene que residir fuera de él. En el mundo todo es como es y todo sucede como sucede; en él no hay valor alguno, y si lo hubiera carecería de valor.
Si hay un valor que tenga valor ha de residir fuera de todo suceder y ser-así. Porque todo suceder y ser-así son casuales.
Lo que los hace no-casuales no puede residir en el mundo; porque, de lo contrario, sería casual a su vez.
Ha de residir fuera del mundo.

6.42 Por eso tampoco puede haber proposiciones eticas. Las proposiciones no pueden expresar nada más alto.

6.421 Está claro que la ética no resulta expresable. La ética es trascendental.
(Etica y estética son una y la misma cosa).

6.422 Cuando se asienta una ley ética de la forma «tú debes... » el primer pensamiento es: ¿y que, si no lo hago? Pero está claro que la ética nada tiene que ver con el premio y el castigo en sentido ordinario. Esta pregunta por las consecuencias de una acción tiene que ser, pues, irrelevante.
Al menos, estas consecuencias no deben ser acontecimientos. Porque algo correcto tiene que haber, a pesar de todo, en aquella interpelación.
Tiene que haber, en efecto, un tipo de premio y de castigo éticos, pero éstos han de residir en en la acción misma.
(Y está claro, asimismo, que el premio ha de ser algo agradable y el castigo algo desagradable.)

6.423 De la voluntad como soporte de lo ético no cabe hablar.
Y la voluntad como fenómeno sólo interesa a la psicología.

6.43 Si la voluntad buena o mala cambia el mundo, entonces sólo puede cambiar los límites del mundo, no los hechos; no lo que puede expresarse mediante el lenguaje.
En una palabra, el mundo tiene que convertirse entonces en otro enteramente diferente. Tiene que crecer o decrecer, por así decirlo, en su totalidad. El mundo del feliz es otro que el del infeliz.

6.431 Al igual que en la muerte el mundo no cambia sino que cesa.

6.4311 La muerte no es un acontecimiento de la vida. No se vive la muerte.
Si por eternidad se entiende, no una duración temporal infinita, sino intemporalidad, entonces vive eternamente quien vive en el presente. Nuestra vida es tan infinita como ¡limitado es nuestro campo visual!

6.4312 La inmortalidad temporal del alma del hombre, esto es, su eterno sobrevivir tras la muerte, no sólo no está garantizada en modo alguno, sino que, ante todo, tal supuesto no procura en absoluto lo que siempre se quiso alcanzar con él. ¿ Se resuelve acaso un enigma porque yo sobreviva eternamente? ¿No es, pues, esta vida eterna, entonces, tan enigmática como la presente? La solucion del enigma de la vida en el espacio y el tiempo reside fuera del espacio y del tiempo.
(No son problemas de la ciencia natural los que hay que resolver).

6.432 Cómo sea el mundo es de todo punto indiferente para lo más alto. Dios no se manifiesta en el mundo.

6.4321 Los hechos pertenecen todos sólo a la tarea, no a la solucion.

6.44 No como sea el mundo es lo místico sino que sea.

6.45 La visión del mundo sub specie aeterni es su visión como-todo-limitado. El sentimiento del mundo como todo limitado es lo místico.

6.5 Respecto a una respuesta que no puede expresarse, tampoco cabe expresar la pregunta.
El enigma no existe.
Sí una pregunta puede siquiera formularse, también puede responderse.

6.51 El escepticismo no es irrebatible, sino manifiestamente absurdo, cuando quiere dudar alli donde no puede preguntarse.
Porque sólo puede existir duda donde existe una pregunta, una pregunta solo donde existe una respuesta, y esta, solo donde algo puede ser dicho.

6,52 Sentimos que aun cuando todas las posibles cuestiones científicas hayan recibido respuesta, nuestros problemas vitales todavía no se han rozado en lo mas mínimo. Por supuesto que entonces ya no queda pregunta alguna; y esto es precisamente la respuesta.

6.521 La solución del problema de la vida se nota en la desaparición de ese problema. (¿No es ésta la razón por la que personas que tras largas dudas llegaron a ver claro el sentido de la vida, no pudieran decir, entonces, en qué consistía tal sentido?).

6.522 Lo inexpresable, ciertamente, existe. Se muestra, es lo místico.

6.53 El método correcto de la filosofía sería propiamente éste: no decir nada mas que lo que se puede decir, o sea, proposiciones de la ciencia natural -o sea, algo que nada tiene que ver con la filosofía-, y entonces, cuantas veces alguien quisíera decir algo metafísico, probarle que en sus proposiciones no había dado significado a ciertos signos. Este método le resultaría ínsatisfactorío -no tendría el sentimiento de que le enseñábamos filosofia-, pero seria el único estrictamente correcto.

6.54 Mis proposiciones esclarecen porque quien me entiende las reconoce al final como absurdas, cuando a través de ellas -sobre ellas- ha salido fuera de ellas. (Tiene, por así decirlo, que arrojar la escalera después de haber subido por ella.)
Tiene que superar estas proposiciones; entonces ve correctamente el mundo.

7 De lo que no se puede hablar hay que callar.

Ludwig Wittgenstein

Tractatus Logico-philosophicus

domingo, 13 de mayo de 2007

Palabras más, palabras menos


No descubro ningún secreto si hablo de la convencionalidad del lenguaje. Las palabras son etiquetas arbitrarias que colgamos en grupos de percepciones semejantes, en las que vemos un núcleo común y de las que despreciamos aspectos que consideramos accidentales, permitiendo así que nos podamos manejar en un mundo más a nuestra mano. En resumen, el lenguaje nos facilita dominar el mundo. Cada idioma es una forma de dominio, y acota la realidad en un horizonte dentro del cual se mueven sus hablantes.

Aunque aprendamos varios idiomas a lo largo de la vida, siempre tenemos un horizonte primordial que determina los movimientos que hacemos con los otros. Se trata de un horizonte de horizontes, o, para simplificar un poco, los otros idiomas tienen un matiz mucho más instrumental dentro del más amplio marco existencial que delimita nuestro idioma original (ese que algunos llaman materno). El caso de los bilingües es peculiar pero no muy diferente, porque aunque desde la cuna manejen dos lenguas, siempre hay una de los dos que, por decirlo de algún modo, marca más, es más aportadora de horizonte.

No obstante la arbitrariedad del lenguaje, todos los idiomas tienen algunas palabras que se ajustan a los conceptos que denominan, que les vienen como anillo al dedo. Muy a menudo, estas palabras son difíciles de traducir, porque se refieren a aspectos del horizonte que otros idiomas no abarcan, y normalmente, cuando otra cominudad lingüística las descubre y las asimila, las integra tal cual o con alguna modificación fonética para adecuarlas a los sonidos propios. No todos los préstamos que se toman de otras lenguas siguen este esquema, por supuesto. Lo cierto es que estas palabras son muy pocas, pero significativas. Nos dan información sobre el carácter de los pueblos que las dicen más que de los conceptos sobre los que se cuelgan.

A pesar de que existen similaridades entre los idiomas, y que hay orígenes comunes y familias lingüísticas, cada comunidad tiene sus peculiaridades históricas y sus circunstancias, que de un modo u otro acaban influyendo en su mundo, y a la larga dejan su impronta en el lenguaje, que es uno de los medios de transmisión del horizonte común.

Estoy pensando en el déjà vu francés o en el seny catalán, por poner sólo dos ejemplos muy manidos, pero todos los idiomas tiene sus palabras personales e intransferibles que los hacen únicos.

sábado, 12 de mayo de 2007

Primera foto, primer video

La primera foto de la historia fue tomada en 1826, por Joseph Nicéphore Niepce. Se trata de la vista desde la ventana de su estudio en Grasse (Francia). Se logró tras una exposición de más de ocho horas en una cámara oscura.


La primera película es tan sólo de 62 años más tarde, de 1888. Se trata de una secuencia de tan sólo 2 segundos de duración tomada por Louis Aimé Augustin Le Prince, en un suburbio de Leeds. La escena muestra a Adolphe Le Prince (hijo del cámara), Sarah Whitley, Joseph Whitley y Harriet Hartley caminando en círculos y sonriéndose en el encuadre de la cámara.



Poca cosa, pero por algo había que empezar.

viernes, 11 de mayo de 2007

El espejo


A pesar del título del blog, no he hablado nada de los espejos. Esas láminas, en un primer momento de metal pulido, y luego de cristal, tan cotidianas, tal vez sean uno de los objetos que mayor número de reflexiones pueda generar.

En primer lugar, el hecho de tener espejos y de mirarnos en ellos ya es significativo. Implica que nos reconocemos en ellos. Y esto quiere decir que tenemos un concepto de nosotros mismos, es decir, que tenemos un Yo. Muy pocas especies son capaces de reconocerse ante un espejo (chimpancés, delfines y no recuerdo si hay algunos más). Todos nos hemos divertido viendo como un perro u otros animales se pelean con su reflejo. Esto se debe a que no se ven a sí mismos, sino a otro individuo allí ante ellos.

¿Pero de verdad nos vemos a nosotros mismos? Para empezar, nunca nos hemos visto la cara. Por la situación de nuestros ojos, no podemos vernos si no es utilizando artificios que nos devuelvan el reflejo. En principio esto vale para el aspecto externo, para nuestra superficie, para ver si vamos bien peinados, para afeitarnos bien, para ver si nos han salido granos o si el nuevo abrigo nos sienta bien. Muy a menudo preferimos mirarnos en un espejo a que otros nos digan su opinión (puesto que podrían engañarnos y hacernos entrar en su espiral dominadora). Pero al hacer esto nos estamos dejando llevar por una imagen que está ahí fuera, y que nos devuelve a un otro que resulta que somos nosotros. Y en este otro yo que tenemos ahí en frente encontramos un consuelo a nuestras existencias.

Tendemos a ver a los otros como personas completas. Se nos muestran como algo cerrado, completo, autónomo. Y nosotros no nos sentimos así. Somos problemáticos, llevamos en nosotros un abismo con el que cargamos a todas partes. Pero sólo lo sentimos en nuestro interior. En los demás no lo vemos. Y por lo tanto nos parecen entidades completas, enteras, realizadas. Y queremos ser como ellos. En parte eso es el motor que nos mantiene con vida, que nos impide arramblar con todos las benzodiacepinas del botiquín e irnos a dormir.

El espejo nos devuelve una imagen que podemos asimilar a la de los demás. Vemos ante nosotros a un ente entero, del cual no vemos su abismo. Y ese ente humano completo somos cada uno de nosotros. Y así, reconfortados, salimos a enfrentarnos al mundo, creyendo que portamos un poco menos de abismo. Pero claro, en cuanto abandonamos el espejo, la brecha se engrosa. Y tenemos que volver a asomarnos. Por eso hay gente que se está mirando siempre al espejo. Aunque sea con la excusa de retocarse el pintalabios.

miércoles, 9 de mayo de 2007

Pérdida de la vida


Hoy en clase hemos tocado un asunto que lleva algún tiempo dándome vueltas en la cabeza. Se trata de la pérdida de la biografía en nuestro tiempo. Másen concreto con el abandono del género epistolar. Ya no se escriben cartas, con todo lo que ello implica. Se me objetará que ahora escribimos correos electrónicos y SMS, en algunos casos en grandes cantidades. Es cierto. La comunicación (entendida como intercambio de información, no como interrelación entre individuos) es muy densa hoy en día. Pero toda esa información acaba perdiéndose, porque la borramos rápidamente. Y aquí es donde surge el problema. No queda constancia en ningún lado de lo que hemos escrito, de nuestros intereses, proyectos, ilusiones...

En principio esto no supone nada, un simple cambio en las formas de comunicación. Pero este cambio tiene su importancia, sobretodo para los que pretendan estudiar las vidas de las personas contemporáneas a nosotros. Me explico. Desde siempre, las cartas han sido un recurso muy útil para conocer a las personalidades del pasado. Porque en ellas, que no son más que cristalizaciones de las relaciones personales, quedaban reflejados esbozos, formulaciones alternativas, vivencias, viajes, proyectos personales, anhelos... Y muchas veces ha sido en virtud de ellas por las que se han podido reconstruir algunas biografías.

Quién sabe la de datos importantes que se están perdiendo en el sumidero digital, la de incógnitas que dejaran los grandes de nuestro tiempo y del futuro a los investigadores que vengan después. Como paradoja, hay que señalar que estamos en una época hiperinformatizada, en la que de forma continua dejamos rastros nuestros por todas partes. Pero estos rastros dicen poco de nosotros. Sí, se podrá saber en qué nos gastamos el dinero, los estudios que cursamos, las páginas web en las que entramos, los sitios que visitamos, los viajes en autobús que acumulamos, se puede hacer una biografía objetiva. Pero faltará lo más importante, nosotros mismos. Y eso, en parte (y sólo en parte), se encuentra en nuestra correspondencia. Podrán recopilar y decir que alguien fue de viaje a algún lugar, pero no podrán saber nada de lo que significó para él, si aprendió mucho o si se enamoró. Es decir, sabrán poco, muy poco, a pesar de la avalancha de datos que tendrán.

Esto enlaza con un tema más amplio, el de la pérdida de la experiencia, que ha preocupado desde hace algunas décadas a algunos pensadores.

martes, 8 de mayo de 2007

Antònia Font. Extraterrestres



Ante la falta de ideas, hoy toca algo de música. He elegido una curiosa canción de uno de los mejores y más originales grupos que Mallorca ha dado al mundo. Toda una metáfora de la situación del turismo en la isla, que retrata a los turistas como extraterrestres (para los aborígenes, a veces son como una especie distinta).

lunes, 7 de mayo de 2007

La hendidura en el cerebro


Nuestro cerebro está surcado de grietas y hendiduras, en una proporción mucho mayor que en otras especies animales. Algunas de ellas tienen nombre (cisura de Rolando, de Silvio...), y delimitan distintas regiones, dedicadas a tareas diferentes. La principal de estas hendiduras es la que divide al cerebro en dos hemisferios. Éstos son casi independientes, y sólo están unidos por un haz de firbras nerviosas que los comunican (el cuerpo calloso). El intercambio de información entre los dos hemisferios es limitado, puesto que cada uno de los dos lados se dedica a controlar y organizar funciones distintas, y la unión de ambos sería necesaria para unificar estos dos cerebros. Hay una alteración que consiste en nacer sin esta unión (agenesia del cuerpo calloso), lo cual provoca que el individuo actúe como si tuviera dos cerebros, ya que no hay comunicación posible entre los dos lados. Algunas investigaciones han señalado diferencias entre hombres y mujeres en lo que respecta al cuerpo calloso. Ellas lo tienen más grueso, permitiendo una mejor comunicación entre los dos hemisferios (al tener muchas más fibras nerviosas en él). Según los estudiosos, esto permitiría explicar eso de la intuición femenina, así como la mayor capacidad para la multitarea que han demostrado las mujeres en algunos estudios. Otros investigadores han señalado que la diferencia no es tanta, y que por lo tanto el cuerpo calloso no es tan decisivo a la hora de explicar algunas diferencias cognitivas entre hombres y mujeres. En cualquier caso, parece que alguna diferencia existe, aunque no esté claro el papel que juega.

De todos modos, me interesa la imagen del cerebro, el órgano que nos da la personalidad, que nos hace inteligentes y que de algún modo domina a todo el cuerpo (lo cual es discutible, pero que no deja de ser verdad en cierto modo), y que puede servir como imagen del ser humano. Es un órgano escindido, agrietado, lleno de hendiduras y abismos, tanto que algunas partes casi no se comunican con las otras (lo juesto para mantener una cierta funcionalidad). Con un órgano rector así, no es de entrañar que las criaturas dominadas y formadas por él estén escindidas, agrietadas y llenas de abismos.

domingo, 6 de mayo de 2007

Frente a la Academia


Últimamente ando un poco mosqueado con la academia. En realidad hace ya mucho tiempo. Pero en los últimos meses más. Por sus contenidos, por sus métodos, y por sus formas. Tanta cita, tanta nota pie de página, tanto comentario del comentario. Capas y capas de textos que poco a poco nos alejan del suelo, dejándonos en una región endogámica. Y claro, ya sabemos lo que ocurre con la endogamia, que surgen los engendros y los tarados. La universidad está llena de ellos. Hace más de diez años que me muevo en el mundo universitario, y he conocido a muchos profesores y gente del mundillo académico. Y qué queréis que os diga, los que se salvan pueden contarse con los dedos de una mano. Y éstos están en los márgenes, en el limbo de los que saben que la cosa no va mucho con ellos, aunque estén metidos hasta arriba en el ajo.

Se dedican a rumiar, a buscar relaciones, a amplificar el más mínimo detalle, olvidando que tras él hay un todo. En algunas disciplinas científicas tal vez sea útil. Pero en lo que se ha dado en llamar letras no acaba de ser un poco gracioso. Pero es que la dinámica del mundo académico es esa. hay que publicar, sacar resultados, rendir cuentas. Así se pueden hacer balances a fin de curso y de este modo asignar recursos en función de la actividad desarrollada por cada departamento. Como digo, en ciencia está muy bien, pero a los que nos dedicamos a leer y a pensar, resulta ridículo que se nos anden pidiendo cuentas. Pero es el mundo en que nos encontramos. Y muchos parecen estar contentos así. Y se dan a la tarea de la regurgitación, del eterno retorno de lo mismo, de la molienda, olvidando por el camino que tal vez su labor sea otra (si es que quieren seguir llamándose como se llaman).

Algunos preguntarán que cómo es que sigo metido allí dentro si tanto los critico. Y creo que la respuesta es sencilla. No me gusta lo que se hace allí, pero es necesario. Hago un uso instrumental. La molienda me enseña cosas. Para eso están. Y yo hago mi propio digestión. Intento regurgitar lo mínimo, y digerir lo máximo que pueda, es decir, integrarlo en mi persona. Porque si no es para eso, no concibo para qué se puede hacer lo que hago. Y me parece que hoy se me ha repetido algo de lo que engullido últimamente.

sábado, 5 de mayo de 2007

Amor y centro


Me comentaron ayer que el amor también tiene que ver con los muros. La cosa tiene su miga, porque no deja de ser cierto. Pero más que de muros, preferiría hablar de abismos. Siempre hay un abismo entre todos nosostros. Pero en el amor parece que se angosta, que se vuelve menos abismo y queda una ficticia unidad.
Todo contacto con otras personas u objetos es una violanción. La diferencia entre persona y cosa es la resistencia que ofrece a esa violación. Por lo general, la cosa no ofrece ninguna. Las personas sí. Y en principio, la violación es hasta cierto punto tolerada y admitida, porque en realidad no afecta más allá de nuestra superficie. En cambio, en el amor la intromisión es mucho más profunda. De pronto, desplazamos el centro de nosotros a la otra persona, fagocitándola en nuestro mundo. Todo en torno a ella destaca y se convierte en importante. Es posible que para ella también ocurra lo mismo con uno. En estos casos ocurre algo así como un intercambio de la centralidad. Pero esto es una situación esquizoide, porque tenemos que a la vez ser centro nosotros (no se me ocurre nadie mejor que yo para ser centro de mi vida), serlo para la otra persona y mantenerla a ella en nuestro centro. Desquiciante.

Existir cuesta un esfuerzo enorme. El amor, al desplazar el centro a otro individuo que nos aparece como algo completo y cerrado (eso es algo que siempre echamos en falta de nosotros), nos aporta un bálsamo a ese esfuerzo. De ahí la felicidad, de haberse despojado del peso del mundo. Pero si hay reciprocidad, uno también se convierte en centro, y tarde o temprano siente su existencia violentada. Y entonces acaece la recaída en uno mismo. Siempre queda un remanente de centralidad inviolable, un reducto que se resiste a caer en las garras del otro, un muro que no cae. Y ese es el que puede dar al traste con el amor, siempre y cuando uno de los dos no lo derribe él mismo. Pero hay que señalar que ese muro sólo lo puede tirar abajo uno mismo. Ahí está el sacrificio, la inmolación en los altares del amor, cabría decir.

El enamoramiento es esa primera fase de centralidad absoluta del otro, de dejación de la tarea de existir. Pero pronto surge la resistencia, el buscar un lugar propio dentro de la relación. La lucha empieza ahí, y ganará el que consiga hacer que el otro se inmole. Puede ser que el sacrificio ocurra sin lucha, que se dé desde un principio. O que se llegue a un estado de equilibrio, de aceptación mutua de los límites de violación que no hay que sobrepasar. Tal vez esta opción sea la más deseable para una relación auténtica, duradera y que no arrastre a uno de los miembros de la pareja a la muerte como existencia. También es la opción más difícil y extraña. Tal vez a esto podríamos llamarlo amor auténtico (eso que tantas canciones nos cantan). Pero si es así, son muy pocos lo que lo conocen, y la gran mayoría vive en el engaño.

viernes, 4 de mayo de 2007

Amor y sacrificio


Hay en el amor algo perturbador. Y no se trata sólo del terremoto que provoca en nuestras existencias (sentimental, hormonal, vital...), sino que es algo que va más allá. Hay en el amor una violencia, una violación de nuestras defensas, un ataque a nuestros muros. Y un ataque, vale decir, infructuoso, porque no deja de ser una amenaza. Un abismo nos separa a todos, y esto el amor no lo cambia, pero sí que genera en nosotros la ficción de una unión, cuando menos de una cercanía íntima con otra persona. Y esto nos confunde, nos conforta y al mismo tiempo nos angustia. Porque nos pasamos la vida levantando murallas, excavando los fosos que nos separan, haciéndonos, construyendo la ficción de una identidad y de una personalidad para afianzar el corte (que, de todos modos, está ahí, a pesar del caos). Es una tarea dura, titánica. Y de pronto viene alguien y de un soplo lo hace tambalear todo. En principio, el efecto debería ser algo mutuo, y uno mismo ser violador de la otra persona.
El amor crea la fantasía de una comunión vital. De pronto dos personas se ponen a mirar en una misma dirección, a compratir vivencias. Quisieran dominarse mutuamente. Pero siempre hay un poso de incontrolabilidad, siempre hay una muralla inexpugnable, que a lo mejor sólo se resquebraja, pero que nunca llegará a caer. Ahí está la fuente de angustia. Se quiere creer que por un azar mágico, el abismo que nos separa no es tal, desterrando la soledad y el desasosiego que nos rodean en nuestra vida cotidiana. Pero lo abismoso aparece por todas partes y crea conflictos. Y entonces, tarde o temprano, la comunión se deshace, y llega la decepción.
El amor se mantiene si hay sacrificio. El sacrificio de una de las dos partes. El amor demanda la muerte (real o figurada) de uno de los miembros de la pareja. Porque si no desaparece uno, no hay amor que sobreviva. Si quieres ser feliz, disponte a morir. O a matar.

jueves, 3 de mayo de 2007

Orfeo y las Ménades


Cuenta el mito que Orfeo, después de perder a su amada Eurídice, rechazó todo contacto con mujeres:

Orfeo había rehuído toda clase de amor femenino, bien porque le había ido mal, bien porque había dado su palabra; sin embargo de muchas se había adueñado el ardiente deseo de unirse al poeta: muchas se dolieron rechazadas. (Ovidio, Metamorfosis X 79-86).

El desprecio de Orfeo provocó en ellas la ira, y la cosa acabó como el rosario de la Aurora:

Mientras con tal canto el vate de Tracia sirve de guía a los bosques, a los ánimos de las fieras y a las rocas que lo siguen, he aquí que las mujeres de los Cícones, cubiertos sus delirantes pechos con pieles de fieras, contemplan desde la cumbre de una colina a Orfeo que acompasa su canto a las cuerdas tañidas. Una de entre ellas, agitando su cabello a través de las ligeras brisas, "Ea", dice, "ea, aquí está el que nos desprecia" y envió contra la cantarina boca del vate hijo de Apolo una lanza (...). Las rocas enrojecieron con la sangre del vate que ya no era oído. Y en primer lugar las Ménades se llevaron consigo las innumerables aves, absortas con la voz del que todavía cantaba, y las serpientes y el batallón de fieras, emblema del auditorio de Orfeo. Después con las manos ensangrentadas se vuelven contra Orfeo (...) y asesinan impías al que tendían las manos y en aquel momento por primera vez decía cosas que de nada servían y no las conmovía nada con su voz, y a través de aquella boca, por Júpiter, escuchada por las rocas y comprendida por los sentidos de las fieras, su alma exhalada se alejó a los vientos. A ti Te lloraron, Orfeo, las entristecidas aves, a ti la muchedumbre de fieras, a ti las duras rocas, los bosques que a menudo fueron en pos de tu canto. (...) Yacen diseminados tus miembros en distintos lugares. Tú, Hebro, acoges su cabeza y su lira y (¡oh, maravilla!) mientras se desliza en medio de la corriente, no sé qué quejidos lastimeros emite la lira, no sé qué lastimero murmura la lengua sin vida, no sé qué lastimero responden las orillas. (Ovidio, Metamorfosis XI 1ss).

Una cosa que ha llamado mi atención es la lucha Apolo-Dioniso que aquí se muestra (Orfeo es hijo de Apolo y de la musa Calíope, mientras que las Ménades son las sacerdotisas y seguidoras de Dioniso). Pero lo más llamativo de todo es que se nos muestra un relato sobre las actitudes de los hombres y las mujeres. Un poco exagerado, es verdad, pero de una finura increíble. Porque, no lo olvidemos, los mitos no nos cuentan mentiras, sino que son un medio por el que podemos explorar el comportamiento humano y nuestras fortalezas y debilidades.

Las Ménades, en su entusiasmo (literalmente, posesión divina) dionisíaco (bonito eufemismo para decir que debían estar borrachas), y dolidas por el desprecio de Orfeo, lo descuartizan, desoyendo el encanto de su lira y su voz (es que estar poseídas por un Dios da muchos poderes y fuerzas). Lo que no se nos cuenta, pero que intuimos, es que si Orfeo las hubiera pretendido y cortejado, hubieran sido ellas las que lo habrían despreciado. Él las hubiera cantado, las habría subido a los pedestales más altos, y ellas ni caso. Otra cosa es el tema del comportamiento en grupo de las mujeres. Y la moraleja es que hay que evitar quedarse a solas con un grupo de féminas, porque lo más seguro es que uno vaya a salir malparado. Tal vez por eso el hombre tuvo que inventar la cultura, como una defensa ante los poderes de lo femenino.

miércoles, 2 de mayo de 2007

Políticamente Incorrecto V

El tema de la mal llamada violencia de género ha dado para muchas manifestaciones mal llamadas políticamente incorrectas. A veces por la influencia de lo que algunos denominarían patriarcado, o falocracia o como esté de moda decirlo ahora, y otros por simple afán de llamar la atención y hacer el gamberro. Creo que este es el caso de Siniestro Total y su gran clásico Bailaré sobre tu tumba. ¿Porqué he pensado que a quién quieren matar es a su suspuesta pareja? Si no voy mal en ningún momento dicen si su víctima es hombre o mujer, pero en cualquier caso hablan de asesinar. Voy a tener que dejar de consultar los medios...

martes, 1 de mayo de 2007

1º de Mayo


Nosotros los modernos nos pavoneamos de tener antes que los griegos dos conceptos que han sido dados, por decirlo así, como instrumentos de consolación en un mundo que se comporta de un modo completamente digno de esclavos, y que además evita angustiosamente la palabra "esclavo": nosotros hablamos de "dignidad del hombre" y de la "dignidad del trabajo". Todos se atormentan para seguir perpetuando miserablemente una vida miserable; esta tremenda necesidad obliga al trabajo que devora, que el hombre seducido por la "voluntad" admira en ocasiones como algo lleno de dignidad. Pero para que el trabajo obtuviese honores y títulos sería necesario ante todo que la existencia misma, respecto a la cual el trabajo es sólo un instrumento de tormento, tuviese algo más de dignidad que lo que suele aparecer en las filosofías y religiones entendidas seriamente. ¿Qué otra cosa podemos nosotros encontrar en la necesidad de trabajar de todos los millones de hombres, sino el impulso de seguir vegetando a cualquier precio: y quién no vería los mismos impulsos omnipotentes en las plantas marchitas, que extienden sus raíces en la roca sin tierra?

Friedrich Wilhelm Nietzsche. Fragmentos póstumos, vol. I (1869-1874). Fragmento 10[1] (págs 269-278). Editorial Tecnos. Barcelona, 2007.