viernes, 28 de septiembre de 2018

Volver a Jünger

He vuelto a Jünger y sus diarios. En su día leí Radiaciones, sus diarios de la segunda guerra mundial. Ahora me he puesto con todo desde los de la primera guerra mundial hasta el final de su vida, los cuales abarcan la práctica totalidad del siglo XX (vivió 103 años). Voy de nuevo por las radiaciones, y debo decir (de nuevo) que son una absoluta maravilla. Recordaba que hace diez años, cuando les hinqué el diente por primera vez, me dejaron muy buen sabor de boca. Pero no los recordaba tan brillantes. A lo mejor soy yo el que he cambiado y ahora sé apreciar cosas que entonces no vi. Entonces subrayé numerosos pasajes, y ahora le estoy añadiendo nuevos subrayados. No se trata de un relato de sucesos al uso. Es más, lo que menos hay son descripciones de hechos. Estos diarios son un compendio de reflexiones y observaciones a partir de los acontecimientos, que son expuesto de forma muy sucinta. Llama la atención la sutileza y el amor por los detalles. Cualquier cosa pequeña (por ejemplo, la contemplación de una flor en un jardín) le sirve a Jünger para elaborar ideas de altos vuelos. 

Aunque las radiaciones estén escritas durante la guerra, esta no es más que un decorado sobre el que se desarrolla la vida. Tal vez porque buena parte de ellos se escribieron en el París ocupado por los nazis, a donde fue destinado y donde tuvo la oportunidad de codearse con las élites culturales de aquella capital (escritores, pintores...). Destaca el relato tranquilo y sereno, casi bucólico, de la guerra: es cierto que estaba lejos del frente, pero la imagen que se nos brinda va más allá del odio primario que el cine nos vende. Hay una normalidad que lucha por mantenerse en medio de la vorágine bélica. A pesar de formar parte del ejército ocupante, intentaba no usar el uniforme, y sólo en una ocasión se sorprende porque ha detectado el odio en la mirada de una tendera. Y sí, estaba en el ejército nazi, pero no comulgaba mucho con sus principios (de hecho, deja caer no pocas críticas), lo que motivó que aprovechara su situación privilegiada para servir de dique e impedir las atrocidades que estuvo en su mano evitar (parece ser que los mandos en París compartían esa idea), y muchas veces sorprende la delicadeza del trato que tuvo con prisioneros y gentes varias con las que se fue cruzando en el avance del ejército. 

En definitiva, estos diarios de Jünger son una auténtica delicia, por las historias que relata (que a lo mejor no son muchas, pero las que cuenta son significativas y dan qué pensar) y por las reflexiones que hace. Altísimamente recomendables. Dan ganas de leerlos en bucle infinito, a ver si al final se pega algo de la forma de mirar de este hombre. 

jueves, 27 de septiembre de 2018

Aquellos incendios

Con el paso del tiempo, las historias que antaño nos conmovieron se ven reducidas a un puro relato, a una historia que ni siquiera podría ser nuestra. Pasiones que nos impregnaron y nos quitaron el sueño, ahora no significan nada. De aquellos incendios ya no quedan ni las cenizas, que han sido barridas por el huracán de los años. Sólo hay un recuerdo incrédulo que duda de que en realidad pasara, porque parece que es algo que le sucedió a otra persona. Podría quedar un poso de melancolía por lo que ya no volverá, la tristeza de lo irrecuperable. Pero ya ni eso. Indiferencia. Sólo eso y nada más.  

lunes, 24 de septiembre de 2018

El lugar

Todos tenemos nuestro lugar. A veces lo encontramos, y otras vagamos buscando el sitio. Para cada persona es distinto: hay quien se queda en la gran ciudad, y otros prefieren el campo. En los últimos tiempos he conocido varios casos: de la capital a la provincia y viceversa, de la ciudad a las afueras, o directamente al campo. Ninguno de ellos ha sido por motivaciones económicas (como ocurre a menudo: te has de ganar la vida y vas allí donde más oportunidades tienes para lo que sabes y puedes hacer), ha sido una decisión consciente y más o menos meditada. Todos parecen haber encontrado cierta calma y felicidad, y dicen estar contentos. 

Luego estamos aquellos cuyo lugar es más bien interior, que no dependemos tanto de circunstancias externas y buscamos otro tipo de sensaciones y alimentos. Quizás en el fondo es lo que todo el mundo busca, pero tan volcados estamos ahí fuera que no lo sabemos ver y nos perdemos en la jungla que nos devora, condenándonos a una odisea en la que no hay ni Ítaca ni Penélope donde arribar. O que sí que las hay, pero que buscamos en el lugar incorrecto. 

domingo, 23 de septiembre de 2018

Una de versiones: Disco 2000 de Pulp a Cave

El mundo de las versiones me resulta muy interesante. La forma de adaptar los temas de unos artistas a otros (cómo los llevan a su estilo), los giros que introducen, la nueva perspectiva que les dan... Hay de todo: versiones infames que dan ganas de reimplantar la pena de muerte, pero las mejores son aquellas que usan la original como tampolín para darles un gran salto. Es algo que suele ocurrir con Dylan, se hacen grandes versiones suyas, quizás porque a él se le acercan con un respeto reverencial y se curran buenas versiones (por no hablar de las variantes que él mismo introduce en los directos). También Johnny Cash hizo maravillas con American recordings. Pero hoy vamos a exponer un buen ejemplo de otro gran versionador: el semidiós Nick Cave. 

La canción que sirve de excusa para traerlo es este Disco 2000 de Pulp, un tema que no sé porqué últimamente me ronda (lo ponen en la radio, en fiestas...): 



Y gracias a una fiesta descubrí la versión de Cave: se organizó una fiesta años 90 (sí, ya somos unos carrozas) en un garito cerca de casa, y allí que fui con un buen amigo, gran admirador de Pulp y de Cave. La primera canción en sonar fue la de Pulp, y mi amigo me dijo "¿sabes que Cave hizo una versión de esta canción?". Yo no lo sabía, pero me quedé con la copla, y al levantarme resacoso al día siguiente lo primero que hice fue buscarla. Y desde entonces no puedo parar de escucharla. Le reduce el tempo y la voz más grave del australiano la lleva a un terreno menos festivo y más melancólico. Y encima en el inicio recuerda al Take this waltz de Leonard Cohen (¿casualidad? quiero pensar que no, sabiendo que Cave es un gran admirador y le ha hecho algunas versiones). Lo dicho, que se la lleva a otro terrerno y la engrandece. Juzguen ustedes mismos: 


viernes, 21 de septiembre de 2018

Una historia de apropiación cultural

Ahora les ha dado por lo del apropiacionismo cultural. Resulta que adoptar estéticas o manifestaciones culturales de otros grupos humanos distintos al "nuestro", es un signo de opresión y de colonialismo. En una palabra: una injusticia. 

Con este debato en seguida me he acordado de uno de los fenómenos de apropiación cultural más relevantes y revolucionarios del siglo XX: el rock 'n' roll. Porque el rock empezó cuando los blancos empezaron a fijarse en la música que hacían los negros en norteamérica, la cual hundía sus raíces en la época de la esclavitud. Fue todo un escándalo: hubo quien se negaba a poner esa "música de negros" en la radio, y no fueron pocos los altercados que hubo en conciertos porque con el entusiasmo del momento, blancos y negros se mezclaban a pesar de tener sus zonas delimitadas. La cosa dio una vuelta de rosca más cuando los ingleses descubrieron los viejos bluesmen y los empezaron a versionar (The animals, The Yardbirds....), haciendo que los yanquis se fijaran en aquellos a los que habían dado de lado durante década por su color de piel. 

En definitiva, algo musical contribuyó a que cayeran las fronteras raciales, y en buena medida se le puede culpar de los avances en derechos sociales para los afroamericanos (término que podríamos analizar con lupa, quizás en otra ocasión) que cuajaron a partir de la década de los 60, haciendo que la hoy tan denostada apropiación cultural resultara beneficiosa. Quién sabe si no seguiríamos como en los años 40. 

Y otro día hablamos de cómo los romanos se apropiaron de lo griego, si eso. 

jueves, 20 de septiembre de 2018

Arte de protesta

Hay entre muchos artistas un exagerado prurito de estar concienciados y que sus obras de arte sean un acto de protesta: "épater le bourgeois", sacudir conciencias y "yo soy rebelde porque el mundo me hizo así". De este modo puede que se ganen algunas portadas si logran el escándalo, y también el aplauso de algunas instancias que les otorgarán algo de fama y, quién sabe, igual les cae algún carguito desde el que seguir jugando el juego de la revolución (comisario de exposiciones, la dirección de algún museo, y en el peor de los casos puertas abiertas para sus trabajos...). Pero seamos sinceros, este tipo de obras tan pegadas al mundo vienen con su propia fecha de caducidad, como cualquier producto de supermercado. Más que arte, son crítica más o menos estéticamente apañada, que muy probablemente llegue un día que nadie entienda (si es que hay alguien que las entiende ahora) y sean o una curiosidad o simplemente hayan desaparecido en el sumidero del tiempo. 

El verdadero arte, creo, expresa los grandes conflictos y anhelos de la humanidad, y eso es lo que lo hace intemporal (atemporal más bien). Habrá que ver cuántas obras actuales se disfrutarán dentro de 2500 igual que hoy disfrutamos las tragedias griegas, por ejemplo. Evidentemente, el elemento crítico está ahí y es un recurso a la mano (lo hay en grandes obras inmortales), pero no debe resultar demasiado estrepitoso. Debería ser una lluvia fina de esa que llaman calabobos. Pero en los tiempos lapidarios del usar y tirar, el zasca tuitero y las grandes imposturas, me temo que es demasiado pedir. 

viernes, 14 de septiembre de 2018

El eterno retorno de lo mismo

Dice el tópico que la historia se repite, pero hasta anoche no he sido consciente del grado en que esto es cierto hasta en los más mínimos detalles. Da vértigo y asusta. Mientras lo vives no eres consciente, pero a posteriori es un shock. 

jueves, 13 de septiembre de 2018

De los falsos doctores

Estoy a menos de unsa semana de defender mi tesis doctoral y estalla todo el escándalo de los políticos con dudosos másteres y doctorados. Todo este asunto es muy sintomático: en primer lugar, de la titulitis que padecemos. Hay que sumar diplomas y abultar currículums, de cualquier forma. Hay que hacer puntos en las bolsas de trabajo, y todos se han apuntado a sacar diplomitas y titulitos (universidades, sindicatos, fundaciones...) para aumentar ingresos. Lo veo en mi trabajo, hay una auténtica competición por hacer postgrados que faciliten escalar puestos en las listas. 

Por otra parte y como consecuencia, los estudios ya no son lo que eran. Entre pitos y flautas habré estado más de veinte años vinculado a la universidad, y el bajón en el nivel (tanto de contenido como de exigencia) es notable. Todo revestido de bonitas y modernas palabras, adaptado a las cosas de la eficiencia, la eficacia y todo eso. 

Pero vayamos al caso de nuestros políticos falseadores de currículum. Nos hemos tragado el anzuelo de la tecnocracia, y creemos que han de gobernarnos técnicos. De ahí que se esfuercen en malabarismos para hacernos ver que saben mucho. Y no. Los técnicos han de estar en los cargos intermedios y algo más arriba quizás. Los dirigentes, los que salen en la tele y a los que votamos, esos han de saber captar el pulso de la calle, darle cauce, valorar, ponerlo en manos de los técnicos y darles impulso. Aliviar tensiones, contrapesar, establecer criterios directores y marcos generales. Y eso no se enseña en ninguna institución ni lo otorga ningún diploma. 

 

martes, 11 de septiembre de 2018

Volver al cole

Estamos en fechas de inicio del curso escolar, y no ha podido evitar recordar con cierta nostalgia (quién nos lo iba a decir) todos aquellos cursos que empecé. La memoria se entreteje en torno a sensaciones: por un lado la tristeza de acabar las vacaciones y el verano, y por el otro las ganas de reencontrarte con tus campañeros, y una cierta incertidumbre por los nuevos contenidos que las asignaturas nos traían (¿serían fáciles o un hueso?). La cuestión se agravaba cuando teníamos que iniciar alguna asignatura nueva (música, inglés...), nos cambiaban profesores o pasábamos a otro ciclo diferente. Recuerdo con cariño aquel verano que se hizo tan largo pensando en aquella chica de la clase de A, que quizás ahora ande preocupada por el paso de los años, pero que en mi memoria sigue en plena pubertad y no lo sabe. También del día de ir a comprar los libros, la semana antes de empezar, que era como un aperitivo de lo que tenía que venir (y lo que pasaba en los días siguientes: el ceremonial de explorarlos, y sobre todo el de forrarlos). O esos primeros días que refrescaba y había que empezar a abrigarse un poco, que solían ocurrir en las primeras semanas de clase. 

Pero si hay algo que sigue ahí y no se borra, que siempre asociaré a la vuelta al cole son los olores de los nuevos materiales escolares: lapiceros, gomas, los propios libros, los cuadernos, la mochila, la clase limpia y vacía durante unos meses (a veces aprovechaban para pintar), el polvo de la tiza... Todo eso es lo que me evoca la vuelta al cole.