martes, 11 de septiembre de 2018

Volver al cole

Estamos en fechas de inicio del curso escolar, y no ha podido evitar recordar con cierta nostalgia (quién nos lo iba a decir) todos aquellos cursos que empecé. La memoria se entreteje en torno a sensaciones: por un lado la tristeza de acabar las vacaciones y el verano, y por el otro las ganas de reencontrarte con tus campañeros, y una cierta incertidumbre por los nuevos contenidos que las asignaturas nos traían (¿serían fáciles o un hueso?). La cuestión se agravaba cuando teníamos que iniciar alguna asignatura nueva (música, inglés...), nos cambiaban profesores o pasábamos a otro ciclo diferente. Recuerdo con cariño aquel verano que se hizo tan largo pensando en aquella chica de la clase de A, que quizás ahora ande preocupada por el paso de los años, pero que en mi memoria sigue en plena pubertad y no lo sabe. También del día de ir a comprar los libros, la semana antes de empezar, que era como un aperitivo de lo que tenía que venir (y lo que pasaba en los días siguientes: el ceremonial de explorarlos, y sobre todo el de forrarlos). O esos primeros días que refrescaba y había que empezar a abrigarse un poco, que solían ocurrir en las primeras semanas de clase. 

Pero si hay algo que sigue ahí y no se borra, que siempre asociaré a la vuelta al cole son los olores de los nuevos materiales escolares: lapiceros, gomas, los propios libros, los cuadernos, la mochila, la clase limpia y vacía durante unos meses (a veces aprovechaban para pintar), el polvo de la tiza... Todo eso es lo que me evoca la vuelta al cole. 

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