viernes, 18 de mayo de 2007

Hipocondria


Para el hipocondríaco, cualquier síntoma, cualquier pequeño cambio en su estado corporal es la avanzadilla de la muerte. Volcado en su cuerpo, todo es amenazador y para él. Él más que nadie siente la peligrosidad de la existencia, sabe que en cualquier momento todo puede terminar. Vive una existencia descarnada, más allá de ficciones y consuelos. Pero no nos engañemos, es un gran vitalista. Por amor a la vida siente con temor todo lo que la intimida, todo lo que puede ser nocivo. Pero precisamente por ese amor no vive la vida, porque los amores más profundos son los que no se realizan. El bienestar queda atrás, y quisiera fijar los breves lapsos de tiempo en que se encuentra bien en una eternidad. Pero la vida fluye, y la salud se le escurre por entre las manos. Resiste como puede, sobreviviendo a sus días en medio de dolores, taquicardias y mareos varios. Cada día le sorprende un nuevo signo en su maltrecha mente alojada en un cuerpo que, de forma sorprendente, resiste mucho. Los que están a su alrededor no le comprenden, y se burlan de sus ficticios males. Pero él los sufre como si fueran lo que él cree que son. La vida es dura para el hipocondríaco. Pero todos dicen que es un cuentista y ríen cada nuevo síntoma que les relata. "Si vosotros tuviérais lo que yo no os reiríais", piensa enrabietado. El médico le dice que no tiene nada, pero él no lo cree. "¿Cómo no voy a tener nada, si a mi me duele todo?". Tal vez su problema sea ese, que todo le duele, que la existencia es para él un calvario, un camino espinoso en el que todo es un motivo de preocupación.

Todos ríen sus males. Pero él sabe muy bien que el que ríe el último ríe mejor. Y que algún día su ataque no será imaginado, que será de verdad. Y entonces les callará la boca a todos, dejándoles con el resquemor ese de "¿y si le hubiéramos hecho caso...?". Y entonces será su momento triunfal. Pero ya no lo podrá disfrutar. La muerte, esa con la que aprendió a malconvivir, se lo habrá llevado del todo. Tan sólo en el último momento podrá esbozar una sonrisa. "¿lo véis, incrédulos?". Y la duda será mayor, porque su gran momento, su triunfo final, su momento de mayor gozo, será el último. Como los héroes. Y entonces hasta habrá quien diga que supo morir bien.

8 comentarios:

Jarttita. dijo...

Buena excusa...

El Pez Martillo dijo...

?

Johannes A. von Horrach dijo...

El hipocondríaco (al menos el que usted describe, Brad) es un auténtico 'hombre del subsuelo', al menos psicológicamente, pues parece obsesionado con vengarse de los demás. Parece que su hipocondría es un arma para santificarse a uno mismo, ¿no?

Anónimo dijo...

Nunca habia visto la hipocondria desde este punto de vista amigo pez, reconozco que la ha presentado usted de una manera sublime. Por lo que a mi respecta no volveré a pensar: "seguro que no es nada", si no que pensaré, "he aquí, un hombre que conoce el valor de la vida"....

El Pez Martillo dijo...

Desengáñense ustedes. Una cosa es un ejercicio literario de uno que no es hipocondríaco (aunque a veces suela bromear con que lo soy) y otra la realidad. El hipocondríaco está demasiado pendiente de sus síntomas y sus problemas como para preocuparse de la vida y de los demás. Pero no deja de estar en contacto con el fondo angustioso de la vida, aunque no sea muy consciente.

¿Del subsuelo? Sí, tal vez, pero de su propio subsuelo.

Ha de ser muy duro encontrarse mal y toparse con la incomprensión de los demás.

Johannes A. von Horrach dijo...

Hombre, Brad, peor todavía es encontrarse bien y que los demás piensen que estás en las últimas o fuera de órbita :-)

Anónimo dijo...

Al final, lo por lo que puedo ver en los dos ultimos mensajes... lo que importa es lo que la gente piense de uno. A mi la gente me importan tres pitos, (no la gente, sino lo que piensen acerca de uno).

Johannes A. von Horrach dijo...

Eso es lo que suele decir todo hombre del subsuelo: "a mí la gente me importa tres pitos". Sin embargo...