Se comenta por ahí que hoy en día las series televisivas tienen mejor nivel que el cine, por norma general. Y sin ser un gran entendido, como simple espectador, tendré que asentir. El cine tiende al gran espectáculo, en el sentido visual. De cada vez más se explotan los efectos especiales, en progresiva grandilocuencia, hasta el punto de llegar a ocultar la historia. Supongo que el formato de la gran pantalla y la breve duración invitan a ello: "abrumemos visualmente al espectador".
La pequeña pantalla, en cambio, al disponer de más tiempo (aunque sea fragmentado, y tal vez ahí esté una de sus virtudes), hace que se puedan explorar más y mejor las tramas y sus personajes, dotando a las series de una profundidad mayor (al menos a nivel narrativo). Y esto, cuando las historias son buenas, se agradece mucho.
La cuestión es que ando aficionado a ver series. Algunas las sigo desde hace tiempo y no las abandono por aquello de la costumbre (como ocurre con House). En general prefiero esperar a verlas cuando han terminado, y disfrutarlas del tirón. En los últimos meses he revisitado Expediente X (las políticas de programación de cierto canal me impidieron seguirla hasta el final). Hace ya casi dos años cayeron los Soprano. Hace unas semanas fue el turno de Treme. Y ahora estoy disfrutando con fruición la dupla Hermanos de sangre/The Pacific. En ellas se nos narran las historias (reales) de varios soldados norteamericanos de la segunda guerra mundial en los frentes europeo y pacífico, respectivamente. Siguiendo la estela de Salvar al soldado Ryan (Spielberg está detrás de las dos series, y el tratamiento visual es el mismo), nos meten en la crudeza de la guerra, las muertes sin sentido, la cotidianidad, el dolor, la locura, el heroísmo y la mezquindad que se mueven en todo escenario bélico. No aptas para místicos de la guerra ni para pacifistas irredentos, merecen perder algo de tiempo en su visionado. Y en ello estoy.
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