Quizá porque me crié en una familia no demasiado bebedora. O porque la época de mi adolescencia no fue muy desaforada. O vaya usted a saber porqué, no soy un gran bebedor. No entiendo esa ansía que le entra al personal los fines de semana. Ni tampoco la moda cultureta con el vino (tengo un paladar totalmente insensible al vino, no sabría distinguir un Vega Sicilia de un Don Simón). Pero que nadie crea que no bebo, que sí lo hago, aunque sin mucho convencimiento.
Puedo presumir de no haberme emborrachado nunca, y de saber cuándo he de parar con el alcohol. Por todo esto, mi sensibilidad es muy baja, y un simple botellín de cerveza ya me hace flotar. A lo más que llego es al famoso "pedete lúcido", al momento ese en que los sentidos empiezan a embotarse (un amigo mío lo expresa de modo muy gráfico: cuando te notas los dedos acartonados), el de la risa floja y el mareíllo agradable (aunque a veces no lo es tanto). Cuando llego a esto, sé que debo parar, por el bien de la gente que esté por ahí cerca. Además, está la cuestión de lo que uno puede llegarse a divertir siendo el único sobrio en medio de borrachos.
A pesar de ello, tengo mis bebidas favoritas. La que más consumo, como casi todo el mundo, es la cerveza. Heineken o Guinness a ser posible. Casi no bebo combinados, pero cuando lo hago, sin dudarlo, es para tomar pomada (ginebra de Menorca con limonada). Y recuerdo especialmente la hidromiel, un licor nórdico dulce hecho a base de agua y miel fermentadas, que sólo he bebido en dos ocasiones (no se ha dado la oportunidad de más), y, que yo sepa, sólo se sirve en un local de la ciudad (servido a la vikinga, dentro de un cuerno).
En resumen, que no soy un devoto del alcohol, y me gustaría seguir así.
Puedo presumir de no haberme emborrachado nunca, y de saber cuándo he de parar con el alcohol. Por todo esto, mi sensibilidad es muy baja, y un simple botellín de cerveza ya me hace flotar. A lo más que llego es al famoso "pedete lúcido", al momento ese en que los sentidos empiezan a embotarse (un amigo mío lo expresa de modo muy gráfico: cuando te notas los dedos acartonados), el de la risa floja y el mareíllo agradable (aunque a veces no lo es tanto). Cuando llego a esto, sé que debo parar, por el bien de la gente que esté por ahí cerca. Además, está la cuestión de lo que uno puede llegarse a divertir siendo el único sobrio en medio de borrachos.
A pesar de ello, tengo mis bebidas favoritas. La que más consumo, como casi todo el mundo, es la cerveza. Heineken o Guinness a ser posible. Casi no bebo combinados, pero cuando lo hago, sin dudarlo, es para tomar pomada (ginebra de Menorca con limonada). Y recuerdo especialmente la hidromiel, un licor nórdico dulce hecho a base de agua y miel fermentadas, que sólo he bebido en dos ocasiones (no se ha dado la oportunidad de más), y, que yo sepa, sólo se sirve en un local de la ciudad (servido a la vikinga, dentro de un cuerno).
En resumen, que no soy un devoto del alcohol, y me gustaría seguir así.
2 comentarios:
¡HURRA POR LA POMADA! ahora bien, más de una ya es peligro de caída y acidez aseguradas...
Acidez? Caída? Qué pomada ha bebido usted?
Ha probado usted la pomada de verdad, la hecha con limonada de verdad (zumo de limón con azúcar) y no con cualquier refresco de limón? Se la recomiendo.
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