Si a un palmesano se le cita Son Gotleu, lo más probable es que tuerza el gesto en una mueca entre despreciativa y divertida. Y es que Son Gotleu es uno de los barrios más peculiares y con mala fama de la ciudad. Para entender su carácter, hemos de remontarnos a los años 50 y 60 del pasado siglo. Era el inicio del boom turístico. Hordas de extranjeros acudían a la isla en busca de buen clima, playas y paisajes. Con ellos llegaron los hoteles y la necesidad de gente que les atendieran. Empezó la llegada de gentes que provenían de las zonas más desfavorecidas del país en busca de empleo, que aquí era relativamente fácil de encontrar. Y claro, había que darles un hogar, con lo que la ciudad empezó a crecer con rapidez. El Ministerio de la Vivienda se lanzó a construir viviendas protegidas, y lo hizo en determinadass zonas. Una de ellas fue Son Gotleu, que pasó de ser campo de labranza a las afueras de la ciudad a un populoso barrio obrero (tirando a las afuera, lo cual ha favorecido en buena parte su destino).
Los años fueron transcurriendo y llegó la crisis de los 70. La población había ido envejeciendo, y con ella sus casas. Además fue la época en la cual la droga entró de forma masiva en la sociedad española, encontrando en las nuevas generaciones un buen campo de cultivo. Entonces empezó a decaer el barrio y a ganarse la fama de peligroso. En los 90, todas las infraestructuras del barrio estaban en franca decadencia, lo cual provocaba que los precios de la vivienda y los alquileres fuera bajo, atrayendo a las clases más humildes, entre las que se contaban los inmigrantes recién llegados desde todas las partes del mundo. Desde entonces, el proceso de decadencia del barrio se ha agudizado: fincas cada vez más viejas e hiperutilizadas (no solo por años y años de uso, sino porque las familias numerosas son frecuentes), hiperpoblación, algunas bolsas de pobreza... Si a todo ello añadimos el tradicional recelo mallorquín hacia todo lo venido de fuera (por no hablar directamente de xenofobia, matizada y disimulada por la no menos tradicional costumbre de no alzar demasiado la voz y de no hacerse notar), es fácil comprender que Son Gotleu no tenga muy buen nombre.
Sin embargo, quien conoce el barrio le guarda un cierto cariño. Durante una temporada trabajé en el centro de salud de Son Gotleu, y tuve la oportunidad de conocer sus gentes y sus peculiaridades, así como de patearme sus calles (ya hace años de eso, y la memoria empieza a fallarme, pero hubo un tiempo en que me conocía casi todos los nombres). Tiene una vitalidad y un pulso que no se ve en otras partes de la ciudad. Constituye un microclima urbano en sí mismo. De día las calles bullen de gente. Los bares siempre están llenos, los comercios, con un aire añejo, siempre con clientela. Pero lo más curioso es la fauna que en sus aceras se da cita: ancianitas cargadas de bolsas, madres acompañando a sus hijos al colegio (hay unos cuantos por ahí cerca, y es lugar de paso de escolares), inmigrantes de incontables nacionalidades, yonkis, borrachines...
Sí, Son Gotleu es un barrio particular. Puede que sea cierta su aura de marginalidad, pero forma parte del especial encanto que este lugar tiene.