Vivimos en primera persona. Nuestras cuitas, problemas, preocupaciones (también las alegrías, pero hoy no hablamos de eso) las vivimos nosotros. Nos ocupan. Y nadie más las experimenta, no al menos como nosotros. Es innegable. Pero también lo es que, aficionados como estamos a exponernos y a buscar la aprobación de los demás (seguidores, likes...), tendemos a exagerar y al postureo. Todo sea por acaparar algo de atención. Así, los asuntos se magnifican, a veces de forma grotesca y ridícula. Porque en general nuestros problemas son nimiedades si los comparamos con los que se han vivido y se viven por ahí. Ni hemos padecido hambre, ni guerras, ni nos han metido en un campo de prisioneros, ni nos hemos visto forzados a huir, ni tampoco estamos en una zona dada a las grandes catástrofes naturales. Todo es bastante apacible en nuestro entorno (aunque hay paro, deshaucios, atentados, enfermedades...). Por eso me parecen repugnantes algunos aspavientos y golpes de pecho con según qué temáticas. Y es que aunque nos vivamos con angustia, no está de más ponerse un poco en perspectiva. Por amor propio. Por respeto a quienes de verdad sufren y han sufrido. Y por estética, porque de lo trágico a lo cómico a veces hay un pequeño paso.
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