En los últimos tiempos, el centro de algunos debates que nos entretienen gira en torno a cuestiones identitarias: de género, sexual, nacional... De forma obsesiva, además. O bien las personas a quienes más ocupan están completamente absorbidas por ellas y todo lo leen en relación a sus obsesiones, o bien saltan automáticamente cuando se accionan determinadas teclas (que de cada vez son más y más sensibles). Creo que se trata de un síntoma de que en nuestro mundo hay cada vez menos realidades firmes (las religiones y sus dioses pierden fuelle, las ideologías -al menos las que han dominado durante décadas, y que ya eran un sucedáneo religioso- han fracasado), y buscan con ansia un lugar al que aferrarse, un centro de gravedad permanente y bajo, muy bajo, que no les haga tambalearse. Porque en el fondo lo que temen es la caída en el precipicio, el eterno movimiento uniformemente acelerado hacia un suelo al que es posible que nunca se llegue. Ante eso, cualquier risco es tomado por un lugar seguro.
Pero que no nos confundan con su vociferio y su seguridad impostada. En realidad es sólo un deseo lo que expresan, y hay sólo miedo, pavor, en sus evangelios. Lo cual no los diferencia de quienes en épocas pasadas pretendieron hacer pasar por sus certezas e inamovilidades a todo el mundo.
Pero que no nos confundan con su vociferio y su seguridad impostada. En realidad es sólo un deseo lo que expresan, y hay sólo miedo, pavor, en sus evangelios. Lo cual no los diferencia de quienes en épocas pasadas pretendieron hacer pasar por sus certezas e inamovilidades a todo el mundo.
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