No hay que tomarse la euforia como un signo de alegría y de óptimo estado de ánimo. A veces es al contrario, una señal paradójica de que algo no está del todo bien. El momento previo al derrumbe, o incluso el derrumbe mismo. Como esas fiestas desenfrenadas que cuentan que se celebraban en los últimos días del Berlín nazi, con una ciudad devastada por los bombardeos y al borde de la toma por los soviéticos.
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