viernes, 22 de diciembre de 2017

Al empezar la divergencia

Hay una cierta sensación de declive a mi alrededor. Gente que siempre estuvo ahí, que parecían inamovibles y la representación de la fuerza misma se muestran ahora débiles y cansados. Más pronto que tarde abandonarán la escena. Servidor y mis coetáneos empezamos a dar señales de empezar a ir cuesta abajo (algo que nunca hemos vivido, porque hasta ahora hemos vivido en la plenitud, o con la promesa de ir ganando). Casi podemos asegurar que ya tenemos más vida por detrás que por delante. Las cosas con las que crecimos ya parecen viejas, y es algo que se contempla con estupor. Pero, en algún rincón del fuero interno, nos sentimos como aquellos jovenzuelos empanados que fuimos cuando teníamos toda la vida por delante. La voluntad quiere, pero el cuerpo avisa de que va a empezar a quedarse atrás. Es triste. A ratos es doloroso. Pero es lo que hay. Sólo queda aceptarlo. Pero no para vivir como si no existiera esta dualidad o suturarla de alguna manera, sino para profundizar en ella y sacarle algún rédito.

Empieza la divergencia, pero abarca un ángulo más amplio que la simple línea recta. 

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