martes, 11 de enero de 2011

Cantos de sirena


Es bien conocida la historia de Ulises y las sirenas: en su odisea para volver a Ítaca tras la guerra de Troya, el astuto guerrero tuvo que pasar por el lugar en el que moraban. Advertido por la maga Circe del poder seductor y destructor que atesoraban, Ulises planeó la resistencia. Al parecer, sus cantos eran tan bellos, que se caía en sus redes sin remedio, quedando prisionero de ellas para toda la eternidad. Por eso, Odiseo (otro nombre por el que se conoce a Ulises) ordenó a sus marineros que se taparan los oídos, pero que a él le ataran al mástil del barco y se los dejaran descubiertos. Además, les ordenó bajo severas amenazas que no le hicieran caso si les pedía que pararan o que lo dejaran. Así fue como Ulises pudo escuchar los cantos y no sucumbir a ellos. 

Esta es la historia popular, a la que le falta un detalle de vital importancia que le da un sentido totalmente distinto y una moraleja nueva al asunto. Porque aunque siempre se ha puesto el acento en los famosos "cantos de sirena", que han quedado como una especie de música celestial y con poderes mágicos, lo cierto es que pocas veces se cae en la cuenta de la temática de esos cantos. ¿Qué le cantan las sirenas a Ulises? Su gloria. Le hablan de lo valiente que es, de lo buen guerrero que ha sido en Troya, de la magnífica idea que tuvo con lo del caballo, de lo buen padre y marido que es. En resumen, le doran la píldora. Ahí es donde reside la terrible seducción, en el peligro de quedarte escuchando lo estupendo que se es y no oyendo otra cosa más que elogios. 

Se ha visto a menudo este relato como una imagen de la seducción fatal, del poder maligno que cierta feminidad poseería. Ciertamente, puede que la imagen que todos tenemos en mente de las sirenas, esas criaturas mitad mujer mitad pez, hermosas, que cuidan de sus melenas y anhelan almas de marineros, ponga en bandeja esta interpretación. Pero esta iconografía de las sirenas data de la Edad Media, en torno a dos milenios después de los relatos homéricos originales. En ellos, las sirenas eran enormes pájaros con cabeza de mujer. Algo que, a parte de no ser demasiado bello y sugerente, cuadra mejor con la idea del canto hermoso (por aquello de las aves cantoras). Por eso, el quid de la cuestión está no tanto en la perfidia de las sirenas seductoras (que sí, que son malvadas y no buscan otra cosa más que víctimas), sino en los métodos que usan y en la capacidad de resistirse a ellas. Porque cuando el poder de su seducción reside en contarte lo fenomenal que eres, la resistencia, difícil, casi imposible pero no del todo, reside en uno mismo. En uno mismo y en la ayuda de los que junto a nosotros están en nuestras odiseas particulares, que no deben hacernos caso del todo, aunque eso nos haga pasar un mal rato.

 Y así poder decir "yo sobreviví a los cantos de sirena", supone en buena medida la gloria. Una gloria que nos cantamos a nosotros mismos, en voz baja, cuando estamos a solas. Pero una gloria que no nos hemos de creer demasiado, no sea que nos acabe despeñando. 

5 comentarios:

Johannes A. von Horrach dijo...

Las mujeres siempre nos han pillado por el ego.

josé ángel dijo...

hay verdaderas sirenas, que no cantan...que tiran de tu alma
con la fuerza de su mirada. Sobrevivir a todo ésto a veces es duro, es difícil dejar de ser una veleta sometida a sus vientos...pero aún sin viento la veleta tiene su caracter. A mi no me cantan glorias, no me alimentan el ego..tan solo me susurran miradas.

PENSADORA dijo...

Jolín Pez! ahí ha estado usted inspiradísimo. Me ha gustado mucho el post, sí señor.

Ciertamente, el ego puede ser un tanto peligroso y hundirnos en nosotros mismos. Pero saber sobrevivirle, al estilo Ulises, eso sí que sería una auténtica victoria.

En fin.

El Pez Martillo dijo...

Horrach, nos han pillado por el ego, y en realidad lo que pretenden en buena medida es alimentar el suyo.

Angel, sí que hay miradas que te dejan tonto, pero no es el caso ahora, los cantos de sirena no tienen porque venir de mujeres ni tener que ver con el amor.

Pens, más peligroso aún es tener poder, porque entonces sí que estamos vendidos, como les ha ocurrido a casi todos nuestros presidentes (sospecho que eso del síndrome de la moncloa va por ahí).

Saludos!!

josé ángel dijo...

Si, entiendo...el halago debilita,
Aunque venga de uno mismo...