jueves, 6 de enero de 2011

La correción política llega a los clásicos

Leo estupefacto que han "retocado" a Huckelberry Finn para que no suene ofensivo. Tenía razón Einstein con lo de la estupidez humana y su infinitud. Por un lado, es un alivio saber que estas cosas no sólo pasan es España (es el tipo de medidas y actitudes típicas de nuestros gobernantes), aunque sea por aquello del "mal de muchos, consuelo de tontos". Pero por otro, preferiría que sólo ocurrieran aquí, porque al menos tendríamos la posibilidad de incorporarnos a otras sendas menos edificantes y más abiertas. Pero no, la gilipollez medra y ahí estamos, por un lado haciendo como que defendemos a los autores de sus "agresores", y por el otro alterando sus trabajos, haciéndolos pasar por el aro de la corrección política. 

En las dictaduras, se supone que las decisiones emanan del dictador y a lo sumo su camarilla, que marcan las pautas para estas cosas. Lo curioso es que estas actitudes se den en democracias en las que se supone que hay libertad de expresión. Se crea una especie de gran hermano difuso, ilocalizable, una corriente que arrastra a muchos, que por comodidad o por cierto "alivio psicológico" (el de saberse "entre los buenos", porque algo que caracteriza a estos bienpensantes es que se creen moralmente superiores a todos los demás, y en virtud de ellos se permiten amonestar al personal), no sólo censuran sino que se autocensuran (si indignante y denigrante es la censura, más lo es la autocensura). Y como no hay una cabeza visible, se hace muy difícil de combatir, siguiendo con su sibilina labor. Y si en sí ya es preocupante, preocupa también el día que llegue la reacción del signo contrario. 

Finalmente, en cierta manera esto está relacionado con lo del fumar.

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