En ocasiones me gusta pensar que hemos muerto varias veces. Que aquella vez que me caí con la bicileta, aquel vahído que me dió hace quince años, aquellas anginas que me llevaron hasta los 41 grados de fiebre... fueron muertes mías. Serían estos instantes bifurcaciones vitales, puntos en los que la biografía toma dos senderos: en uno de ellos morí, en el otro no y hasta aquí he llegado.
Cuando así me da por fantasear, veo la vida como un árbol, con desvíos y ramificaciones: todos menos uno conducen a sendos callejones sin salida. Uno de ellos, sin embargo, se eleva sin descanso (o debería ascender, ya que si algo hemos de buscar en la vida, es la elevación). Por lógica llegará un momento en que sí viviré la muerte y llegaré a uno de los puntos finales. Pero quizás haya más bifurcaciones en las que se sigue viviendo hasta edades o estadios vitales insospechados.
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