Tanta información al minuto, tanto enterarnos de los mínimos detalles de todo lo que ocurre en cualquier rincón del planeta, desde luego es un logro y hay que celebrarlo. Pero sucede que la avalancha es tal, que nos sepulta y confunde. Como vemos las cosas en su puro suceder, percibimos los titubeos y las indecisiones de los responsables, y eso, que supongo que es normal y ha pasado siempre, ahora que lo vemos, es inquietante. Si le sumamos que tendemos a focalizar la atención en las grandes desgracias, y que a todas horas hay sucesos impactantes en marcha (antes, sólo nos enterábamos de nuestras vidas y poco más), se crea una sensación de pesimismo, desamparo y negatividad que nos puede llegar a paralizar y a no traernos nada bueno.
Conviene, pues, buscarse alguna forma de conocer y dar a conocer lo agradable que ocurre por el mundo, aunque no sea tan llamativo ni dramático como las desgracias, para contrarrestar un poco y amortiguar la desazón creciente. De lo contrario, corremos el riesgo de que algún logro de la humanidad nos acabe sepultando.
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