Algunos días puede con uno mismo la pereza, la desidia de ponerse en marcha y hacer lo que hay que hacer. Sabes que debes cumplir el deber, sea autoimpuesto o no. Pero no lo haces. O no del todo. Y quieres, pero no lo haces y te escudas en cualquier mínima y tonta excusa.
Puede que sea que lo que en realidad quieres es no hacerlo, y te dejas arrastrar sin más, cumpliendo con el íntimo deseo que se oculta bajo la capa del deber (que probablemente también sea la expresión de algún otro deseo). Y pasan los días, y sigues sin hacer lo que has de hacer y quieres hacer. Y te culpas y te atormentas por esa lucha interna. Te desgastas. Al final, tan pesado es hacer como no hacer. Lo uno, por el esfuerzo. Lo otro, por el remordimiento.
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