Hacía tiempo que no salía a pasear por la ciudad, a recorrerme el centro con mis auriculares y la música a tope. Ya había olvidado la cantidad de cosas curiosas que se pueden ver. A modo de ejemplo, tres estampas consecutivas en una de las calles comerciales más populares y transitadas de Palma: Jaime III. Se trata de una calle porticada en la que abundan las tiendas y boutiques de lujo. Las grandes marcas se acumulan ahí, con sus escaparates casi vacíos y sus precios desorbitados (son tiendas de esas que con una venta que hagan al mes, ya tienen beneficios). La gente pasa de largo, o se para curiosa a contemplar los trajes y vestidos que nunca se pondrá. A pesar de esta profusión de lujo, la calle es bulliciosa, posiblemente porque al final hay un popular centro comercial (de esos que antes eran Galerias Preciados y ahora es otra cosa).
Jaime III es una cuesta, y el otro día, a toda velocidad, bajaba un mendigo corriendo, manejando un carrito de compra repleto de cartones y bolsas. El tipo en cuestión llevaba tan sólo un pantalón corto (en realidad, unos bañadores) sucio y ajado. Me dio tiempo a ver que su abdomen estaba repleto de cicatrices (¿navajazos?) . La gente se apartaba para no ser atropellada por aquella extraña aparición que contrastaba en alto grado con el entorno. Fue algo perturbador.
También perturbadora fue la escena de unos pasos más arriba: un grupo de turistas vestidos de esa horrenda manera que sólo los turistas tienen. Pantalones estridentes , sandalias con calcetines blancos, camiseta de algún equipo de fútbol, gafas de sol no menos estridentes que los pantalones, peinados (o despeinados, era difícil de distinguir), un helado y un plano en las manos. En esta tierra tan turística estamos acostumbrados a las excentricidades de los visitantes, así que imagínense ustedes cómo sería la estampa de esa gente para que llamaran la atención de servidor y de varias personas más, que no podían evitar girarse al ver aquello.
Finalmente, la tercera visión que contemplé en esa calle, ya hacia al final. Una pareja de ancianos. Muy ancianos. Cogidos tiernamente de la mano. Les costaba caminar, daban pasos cortos e inestables, arrastrando los pies. Parecía como si lo único que les mantuviera en pie fuera el apoyo del otro. Se les veía débiles y frágiles, siendo el nudo que entetejían sus manos lo único que transmitía fuerza. Lentos, todo iba más rápido que ellos. Eran como una isla de lentitud en medio del bullicio. Pero lentitud serena. Se intuía mucho cariño en ellos, ese que sólo se alcanza tras haber compartido toda una vida y superado muchos contratiempos. El primer impulso fue acoplarme a su ritmo y seguirlos un trecho, para ver si algo de la calma que transmitían se me pegaba, pero decidí adelantarlos y no perturbar el pequeño quantum de serenidad que emanaba aquella tarde jaime III. Eso sí, no pude evitar volver la cabeza y contemplarlos cuando les hube rebasado.
2 comentarios:
Acabo de hacer justicia entre mis blogs y te he incluido entre mis "Cercanías isleñas". Saludos!
Gracias por el enlace, es todo un honor!!
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