Las personas dedicadas a la gestión sanitaria han descubierto una nueva palabra mágica: humanización. Y se han lanzado a una carrera por ver quién es más humano. Es otro de esos conceptos vacíos pero que llaman la atención y que repetimos en busca de aprobación y aplausos. Porque, ¿quién va a estar en contra de humanizar?. Si ser humanos es lo que queremos ser. Pero no, humanos es lo que somos, y eso incluye la miseria. La misma que hace que escondidas tras estas ideas rimbombantes se escondan plantillas cada vez más cortas y explotadas, quemadas, pero encantadas de haberse conocido porque, qué diablos, nos han puesto unas pegatinas en la unidad y llevamos uniformes con colorines que creemos que dan el pego. Igual que esas empresas informáticas tan campanudas que tienen horarios flexibles y parques para que los empleados jueguen y "creen", pero que tienen unas tasas de suicidios mayor.
Que nadie se confunda, me parece genial que se adapten las estancias, que se hagan más cálidas, que un hospital no sea ese lugar inhóspito, aséptico y desagradable que normalmente es. Lo que me chirría es todo este fuego de artificio, esta carrera por acaparar artículos y premios a rebufo de algo cosmético y que en el fondo revela que se ha alcanzado un cierto límite (que no se puede o no se quiere traspasar). En realidad, es algo muy viejo: ya Florence Nightingale en el siglo XIX puso el acento en ciertas cuestiones ambientales a la hora de cuidar.
Nos humanizamos. Somos estupendos. Admiradnos. Resulta que hemos descubierto la humanidad en el siglo XXI. ¿Qué será eso de la Humanidad? Y antes, ¿qué éramos?.
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