Recientemente se ha celebrado un concurso de relatos en mi hospital. Participé con este relato al que titulé Anhelo. Como no ha ganado, aquí os lo endoso:
26
de abril
Ahora
que todo acaba no entiendo cómo no lo vimos venir. Vivíamos
inmersos en un caos creciente que nos absorbía y no supimos detectar
las señales del deterioro. Y de pronto, por sorpresa, llegó el
estallido. No nos podía estar pasando. Mientras la lucha se
encarnizaba en el frente, aquí empezaron las expropiaciones, los
saqueos, el pillaje, las deportaciones masivas, las torturas y los
asesinatos. Obligados a vivir semiocultos y a subsistir con nuestros
propios medios, nos acostumbramos al miedo y llegamos a poder
conciliar el sueño a pesar del temor a que en cualquier instante
pueda acabar todo merced a algún bombardeo o a las brigadas
patrióticas que van en busca de chivos expiatorios con los que
saciar su sed de sangre y calmar la frustración de una realidad que
nos sobrepasa.
La
situación es muy grave. Al principio creímos que iba a ser breve.
El ejército avanzaba y las victorias se sucedían. Parecía un juego
de niños y las autoridades nos vendieron el inmediato dominio del
continente. Incluso hubo quienes, reacios en un primer momento, se
dejaron llevar por la euforia y el fanatismo más radical. Pero no
contaban con la astucia del enemigo, que les dejó creer que estaban
a punto de ganar. Fue entonces cuando desplegaron la nueva y
definitiva arma. Era algo nunca visto: una onda que provocaba que las
cosas se derritieran de dentro afuera de forma progresiva. Todo
quedaba reducido a un fino polvo. Allí donde había una ciudad, tras
el ataque sólo quedaba un desierto de cenizas sobre el que nada
podría crecer en varios milenios. Varias urbes han quedado arrasadas
y no se conoce de nadie que haya sobrevivido. Por lo que se ha visto
en las emisiones de las cámaras antes de destruirse, la gente corría
de un lado a otro, desgarrándose las vestiduras, arañándose,
gritando, sacándose los ojos... “Me quema” -se oía- “sacadme
esto”. Se les vio así durante horas, en una suerte de tarantela
masiva. Hubo quien optó por estamparse de cabeza contra las paredes
que se iban reblandeciendo, en busca de un final más rápido.
Destruidas las cámaras, aún se oyeron alaridos y estertores durante
algunos minutos. Después, el silencio.
Así
las cosas, ha empezado a correr el veneno de mano en mano. Los
hospitales han quedado desabastecidos de somníferos y sedantes. He
conseguido varias cápsulas. Todo sea por evitar el horror. Se
aproxima a la ciudad una formación de los vehículos que propagan el
pulso mortal. Son complejos y lentos, pero casi invulnerables. Ya les
he dado la cápsula a los niños. No he querido tomarla aún para
acompañarles en sus últimos instantes. Su respiración ya es débil
e irregular. Luego será mi turno, y no veo el momento de llegar a la
paz.
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