Todo cementerio tiene su tapia. Y en muchas de ellas hubo fusilamientos. El de Palma no es menos. Recuerdo cuando de niño, en la obligada visita familiar por Todos los Santos, cada año, unas veces mi abuelo, otras mis tíos, otras mis padres, pasábamos por delante de la tapia y me decían que ahí se fusiló a mucha gente. Había una discreta placa que lo recordaba. Ahora hay un memorial en el que han puesto la lista de todos los asesinados en Mallorca junto a la fecha en que fueron ejecutados, incluso aquellos de los que se desconoce su identidad. La lista es enorme e impresiona, porque se da cuenta uno de la magnitud de la tragedia. Si esto fue en la periferia del país (una isla que entonces no era lo que es ahora en cuanto a población e influencia), imaginar lo que tuvo que ocurrir en las grandes capitales y zonas industriales, o cerca de los frentes, donde la lucha tuvo que ser mucho más encarnizada da escalofríos. Al fin y al cabo, en Mallorca hubo algún bombardeo y el desembarco de Bayo en Porto Cristo, que duró unos días, por lo que el impacto de la guerra en sí fue mucho menor que en otras partes.
Más allá de los puros datos, la tapia del camposanto de Palma tiene una peculiaridad. Frente a ella hay una silla. Quien desconozca la historia no le dará mayor importancia, y a lo mejor creerá que es algo que no debe estar ahí. Pero tiene mucho sentido. Está puesta en memoria del fusilado más ilustre: Emili Darder, alcalde de la ciudad al estallar la guerra. Cuando lo mataron estaba enfermo, casi agonizante. Tanto, que no se tenía en pie y lo tuvieron que sentar. Lo habían sacado del hospital donde lo habían tenido que llevar desde la prisión. No pudieron esperar a que muriera solo, algo que era cuestión de días, si no de horas. Imaginar la escena es terrorífico: la hilera de ajusticiados (junto a él mataron a otros 3), el pelotón, y él ahí sentado, semiinconsciente.
Esa silla dice mucho más que las placas y los memoriales.
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