Damos muchas cosas por supuesto. Tenemos el camino alfombrado y mullido por una miríada de seguridades en las que ni reparamos. Pero que el día que falten vamos a echar mucho de menos, porque debajo no es que esté el duro suelo, es que no hay nada, solo el abismo. Ahí está el peligro: de tan por supuesto que las damos, parece que fueran eternas y que van a estar ahí hagamos lo que hagamos. Nada más lejos de la realidad. Se pueden perder, es muy fácil, y a veces parece que nos esforzamos en ello de forma inconsciente y temeraria. Lo peor es que consumada la tragedia, no nos enteraremos de lo que ha ocurrido y entre lágrimas apelaremos a instancias extrañas.
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