Hay quien ha querido ver en Nietzsche a un precursore inspirador de ciertos aspectos del inconsciente freudiano. Ciertamente, el alemán apelaba en muchas ocasiones a las corrientes subterráneas de la conciencia como de vital importancia, y en alguna ocación se refirió a ellas como "el inconsciente". De joven, Freud leyó a Nietzsche, pero confesó más adelante que sus ideas le parecían tan exuberantes que tuvo que dejarlas de lado por su propio bien. Además, le consideraba como el ser que mejor había logrado conocerse a sí mismo de toda la historia, lo cual da la medida de la alta consideración que Freud tenía por Nietzsche. Más allá de que el médico austriaco hubiera leído las obras del filósofo, lo cierto es que tuvo conocimiento de su pensamiento gracias a dos fuentes de primer orden, que puedieron informarle de detalles que iban más allá de lo escrito.
En primer lugar, estuvo Lou Andreas Salomé, discípula de Freud y amiga de Nietzsche durante una temporada, en la que ambos dedicaron horas interminables a dialogar sobre sus ideas. Ella era una de las personas que con él convivieron que mejor comprendieron el pensamiento nietzscheano. Freud la consideraba el único vínculo real entre él y Nietzsche.
Pero hubo más, porque en 1883, en una de las temporadas que pasó en Niza en busca de un clima propicio para sus males, trabó amistad con Joseph Paneth, con quien también compartió horas de diálogo. Tan es así, que Paneth, impresionado por el pensamiento de Nietzsche, aprovechó todo lo aprendido junto a él para dar conferencias públicas sobre Nietzsche, algo que molestó al filósofo. El tiempo colocó a Paneth en Viena, donde conoció a Sigmund Freud y fue íntimo amigo suyo (a él se refiere en varias ocasiones en La interpretación de los sueños).
Así, vemos como dos figuras seminales para el siglo XX, como son Freud y Nietzsche, mantienen algún parentesco de pensamiento y también biográfico. Ricoeur unió todavía más sus nombres al proclamarlos, junto a Marx, "maestros de la sospecha" (en realidad, lo que hizo Ricoeur fue seguir a Hegel en el planteamiento de tríadas de figuras para caracterizar las fases en la historia de la Filosofía). Y para subrayar el parentesco, el escritor y psiquiatra Irvin D. Yalom no pudo resistirse a fantasear con un contacto directo y productivo entre los dos personajes en la novela El día que Nietzsche lloró.
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