Hay temporadas en las que uno se siente dueño y señor de su vida, con las riendas bien agarradas. Otras, sin embargo, se está a merced. Cuando todo va bien, nos creemos los amos del mundo, todo es control y seguridad, pero en cuanto empieza a aflorar la parte de mala suerte que todos nos ha de tocar, el suelo pierde firmeza, y más que nunca nos sentimos frágiles y pequeños en medio de un mar que con cualquier ola puede enviarnos a los abismos. Sí, es cierto. Sin embargo, lograr sobrevivir, poder decir que se han superado temporales es de gran ayuda, porque tenemos una sabiduría para afrontar los futuros golpes. Siempre y cuando, claro está, lleguemos a extraer esas enseñanzas. Porque éstas suelen ser esquivas y necesitan de una buena partera que las alumbre. Es más, la mayoría de veces la sabiduría (cualquier sabiduría) precisa de esfuerzo y de dolor. Cuando nos creemos al mando, no sentimos esa necesidad, que luego es percibida como carencia a la hora de capear el temporal. Entonces vienen los lamentos. Y claro, puestos a sufrir, ¿qué es preferible, sufrir mucho a ratos, o un sutil fondo de dolor que nos acompañe siempre pero que evite los vaivenes del azar?.
1 comentario:
Excelente reflexión.
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