lunes, 12 de abril de 2010

Una generala en Kiliedro

Aunque tendemos a creer en la identidad como algo propio, personal e intransferible, una instancia de la que únicamente nosotros somos responsables y que conforme a nuestra voluntad y libertad vamos elaborando con el tiempo, no es menos cierto que una parte importante de nuestra identidad viene dada desde fuera, desde la sociedad en la que encajamos esa identidad. Como si de un puzzle se tratara, sólo podemos encajar allí donde hay el hueco justo para nosotros, por lo que, si bien puede que detrás haya una decisión libre, la hemos de amoldar y modelar conforme a lo que se espera de nosotros. Prueba de ello es que muchas culturas a lo largo de los tiempos han dejado espacio para que, durante unas horas o días, cada cual adopte la identidad que le venga en gana y juegue a ponerse la máscara y a actuar según su libre albedrío. De este modo, se juegan roles a veces deseados, a veces como travesura, pero siempre a modo de liberación y válvula de escape respecto a la auténtica identidad semi-impuesta. Nuestra cultura tiene el Carnaval para estos menesteres, una de las fiestas más extendidas por el orbe y tal vez una de las celebradas con mayor fruición.
 

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