Como si de un castigo del Infierno de Dante se tratara, los trabajadores del Plan E que se ganan el pan a la vuelta de la esquina de mi casa (lo cual son apenas unas pocas decenas de metros), llevan unos meses levantando y pavimentando sin pausa (y sin prisa) una y otra vez el mismo tramo de acera. Pero el castigo no es para ellos, que al menos cobran a fin de mes y ya les va bien esta nueva modalidad de estabilidad laboral. Los que debemos haber hecho algo muy malo somos los vecinos, que tenemos que soportar los martillos neumáticos y demás parafernalia sin ver ni un duro. Lo más descorazonador es que, cada vez que parece que ya han terminado y lo dejan todo limpio y ordenado, vuelven a empezar. Alguien debe haber decidido que aún no hemos purgado nuestros pecados. Y la cosa estaría muy bien, si al menos supiéramos en qué consisten.
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