Las potencias racionales del ser humano han sido desde siempre una de las grandes obsesiones de todos los que se han dedicado al pensamiento. Es lógico, puesto que si de pensar se trata, hay que trabajar sobre elementos transmisibles, bien encadenados y que puedan ser comprendido por el resto de individuos. Por eso todo lo irracional o puramente personal ha sido depurado de las disciplinas del pensamiento. No obstante, la irracionalidad juega un papel en nuestras actuaciones, a veces en la toma de decisiones y en los comportamientos que desplegamos ante los demás. Tampoco los pensadores son ajenos a ello, aunque algunos intenten revestirlo del rigor de la Razón. Otros, sin embargo, no han tenido problema alguno en reconocer en su interior el pulso de instancias no racionales que les dirigían en ciertos momentos. Un caso ejemplar es el del daimon socrático.
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