miércoles, 20 de febrero de 2008
La indefinición mallorquina
Dicen de los gallegos que si te los encuentras en una escalera no se sabe si suben o si bajan. Con los mallorquines sucede algo similar. Debido a la proverbial desconfianza ante todo el que venga de fuera (y ante los de dentro también), el individuo mallorquín ha desarrollado una extraña capacidad para no mostrar lo que piensa o siente. Es una forma más de estar protegido, en esta isla llena de personas-isla. Si hablamos de asuntos políticos, la consigna por aquí es no opinar demasiado, no sea que alguien se entere de nuestras tendencias, porque nunca se sabe. Y no sólo en política, en todo, la discreción nos lleva a no decir las cosas por su nombre, a escamotear las cosas, a no ofender o a no dar la oportunidad de que nos den caza. Por eso, es habitual en el habla mallorquina el uso de términos que indican sin decir a las claras. Cualquiera por aquí (si tiene alguna raíz mallorquina), ha oído expresiones del estilo "duguem es d'això d'allà" (o sea, tráeme el eso de allá). Cualquiera en su sano juicio preguntaría: ¿el qué de dónde?, pero si uno es mallorquín sabrá de qué se le está hablando y dónde lo debe ir a recoger, es como un sexto sentido. Incluso tenemos un verbo: "deixonar" o "dallonar", intraducible (algo así como algoar, esoar, aquelloar...), que engloba en su significado múltiples acciones (subir, bajar, traer, poner en marcha, y muchísimas más...). Es algo muy llamativo y que choca al foráneo, tanto que en algunos casos es una de las cosas más difíciles de comprender.
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8 comentarios:
Eso de personas-isla ha hecho que me acuerde de algo que dice Fernando Vallejo en una novela suya titulada La rambla paralela.
Lo copio. Dice:
"Los que vamos por las Ramblas entre la multitud nos sentimos acompañados pero no, vamos solos. Somos islas ambulantes que nos arrastramos sosteniendo en nuestro interior oscuro interminables diálogos con nosotros mismos. Esos diálogos turbios, sordos, necios en la oscuridad de adentro han de ser lo que llamamos el alma."
Gracias Javi por el comentario y el apunte. No sé si será por el espacio limitado o qué, pero en la isla parece como si se fuera con cuidado de no chocar, de evitar el conflicto. De ahí la indefinición de la que hablo (esas expresiones de las que hablo no serían más que la punta del iceberg), y que a nivel social y psicológico se traduce en una soledad extrema (al mismo tiempo que una indiferenciación brutal, ya que en general se consigue que nadie destaque).
Un saludo.
Hombre, me alegro de que se haya decidido a escribir esta entrada. Le ha quedado muy bien, por cierto. Recuerdo una clase cojonuda, allá por 1997, de nuestro ex-profesor Lluis Pujadas, en la que se refería a esta cuestión. Muy divertida, todo el mundo se rió; parece que los mallorquines lo pasamos bien riéndonos de nosotros mismos.
También está bien eso que dice de las cautelas a la hora de expresarse. A mí me ha pasado toda la vida, aunque ya no desde hace unos años, en los que me he vuelto más diarreico mental, menos mallorquín, vamos.
Javi, la relación del mallorquín con los demás cuando pasea por la calle también tiene su gracia. Que le cuente el enfermero.
saludos
Lo que dice amigo Horrach, es cierto, a los mallorquines nos causa un placer especial reírnos de nosotros mismos (yo diría más nos gusta meternos con nosotros mismos, criticarnos, sabiendo que formamos parte del colectivo criticado, víctima y verdugo al mismo tiempo, algo de masoquistas debemos tener).
Lo que dice de cruzarnos por la calle con los demás lo dejaré para otra entrada si no le parece mal, que la cosa tiene su enjundia.
Bueno, usted lo tiene más fácil que un servidor para disociarse en víctima y verdugo, ya que tiene una pierna en cada lado del Mediterráneo.
Ok, para otro día lo del ritual del saludo (hay algo en Ortega y Gasset sobre el tema que no está mal).
JEJEJEJEEJE, JAJAJAJA Y JA!!!
Señores mallorquines,
He de confesar que su isla es mi remanso de confort y debido a un apreciado número de amigos y conocidos de esos lares, oso visitarla al menos una vez al año.
Su entrada señor martillofish y las respuestas de sus amigos me han hecho mucísima gracia pues, efectivamente, es una de las curiosidades que me llaman la atención de la gente de por allá.
Eso además de esa extraña manía de terminar las frases con un "pero", bueno, aunque quede mal escrito sería más bien un "peróóó".... "¿pero por qué, peróóó?".
También resulta curioso que cuando una pide "un par" de algo te sirvan cinco... un par son dos, ¿no?.
No digamos lo que ho vengo a llamar "la calma mallorquina", es decir, ante mi sugerencia: "¿nos vamos?" y la contestación "si, ahora". Desde este diálogo hasta la consecución final del objetivo de marchar pasa al menos una hora (no me extraña que a Mallorca le llamen la "isla de la calma").
Admitiré también que cada vez que bajo del avión me quito el reloj, y enseguida me invade esa sensación de "calma" que sólo consigo allí y en compañía de mis mallorquines y mallorquinas favoritos. Así pues me vuelvo indecisa, se me pone acento raro y hasta termino soltando más de un "peróóó".
Vaya, vaya, resulta que pensadora es una habitual de la isla. Quién sabe, igual nos hemos cruzado alguna vez. Isla de la calma lo es cada vez menos, pero bueno. Yo no llevo reloj nunca, y se vive de coa sin él. Ahora bien, eso de que el tiempo se alarga excesivamente es una acusación que suelo hacer a los peninsulares (he tenido alguna experiencia traumática, cinco minutos que se convierten en media hora, horas que se transforman en dos o tres...), y que con los mallorquines que conozco nunca me han pasado (a lo mejor es que he tenido la suerte de coincidir con los mallorquines puntuales). Y sí, aquí un par es lo mismo que decir un puñado, por eso distinguimos entre "par mallorquín" y "par forastero".
Y ya sólo me queda ofrecerme por si la próxima vez que se acerque a este pedacito de tierra necesita algo. Ya sabe dónde encontrarme.
Saludos, peró.
Aquelloar, que gran palabra. Heidegger en estado puro. Siéntase orgulloso.
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