Hay muchos fenómenos que experimentamos con diferencia. Ocurren en un lugar, y cuando los contemplamos o padecemos nosotros, hace ya tiempo que realmente han ocurrido. Y no es sólo una cuestión de lejanas estrellas, sino que afecta a asuntos muy cercanos. Así, según lo que comentaba ayer, resulta que aunque el verano tenga su punto álgido en julio-agosto, el solsticio ya tuvo lugar en junio y es desde entonces que empieza la supuesta decadencia. Lo que ocurre es que se está bajo los efectos del calor acumulado mientras los días se alargaban y el sol iluminaba nuestra región de la Tierra con máxima intensidad. Ahora la cuestión es que ese calor se vaya disipando poco a poco.
Vivimos en numerosas estelas (no sólo astronómicas, sino también históricas, sociales...), en un extraño diferido, como de prestado. Y ahí es dónde surje la inquietante pregunta: ¿habrá ocurrido algo grave de lo que aún no nos hayamos enterado, que todavía no hayamos percibido y padecido?. Y llevada al extremo, ¿es posible que el mundo haya acabado ya, pero aún no nos hayamos enterado?.
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