Sí, ahora, después de cincuenta años de turismo intensivo, y tras diversas oleadas de inmigración procedente de lugares cada vez más alejados y exóticos para nosotros, estamos acostumbrados a casi todo. Pero no siempre fue así en esta isla, bautizada en 1922 por Santiago Russinyol como La isla de la calma. Como muestra un par de botones, que tienen que ver con gentes de otras razas.
En 1929, una acaudalada familia de Palma adoptó un niño. Nada del otro mundo si no fuera porque el niño era negro. A la sazón, con toda probabilidad el único negro de la isla, motivo por el cual fue famoso, todo el mundo le conocía e incluso tuvo su mote popular, lo cual le granjeó las simpatías de casi todo el mundo y cierto grado de discriminación positiva. Casó con una mallorquina, y sus descendientes todavía viven por aquí (incluso alguno de ellos se ha presentado a elecciones bajo las siglas de un partido nacionalista).
La otra escena es más remota, hay que ir a los primeros años del siglo XX. Resulta que atracó un barco en el puerto de Palma en cuya tripulación había un ciudadano chino. ¡Un chino en Mallorca! La cosa era tan extraordinaria que fue noticia en los periódicos y una multitud de varios miles de personas se agopló en el muelle para contemplar el exótico ejemplar.
Son anécdotas que nos hablan de una inocencia pérdida (por suerte o por desgracia, supongo que un poco de todo), de unos tiempos en los que, vistos desde la lejanía, parecen ingenuos (aunque ellos vivían una realidad más cruda que la nuestra, por la que habría que plantearse hasta qué punto los ingenuos no somos nosotros, que nos creemos muy listos porque sí, las hemos visto de muchos colores).
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