lunes, 13 de julio de 2009

Giro '94: Merano-Aprica

Ya que estamos en época de resonancias ciclistas, me gustaría recordar la jornada que más he disfrutado en mi modesta vida de seguidor de este deporte (sin demasiado apasionamiento y de forma intermitente, todo sea dicho). No fue en el Tour de Francia, sino en el Giro de Italia. En 1994, la quiceava etapa, 5 de junio, entre Merano y Aprica, 188 kilómetros en plenos Alpes dolomitas. Entre la salida y la meta, dos colosos de los que dan miedo: el Stelvio y el Mortirolo, dos cimas que están entre las más duras que se suben en el ciclismo profesional. Partía de rosa el corredor ruso Berzin, y también terminó él de rosa, aunque de milagro.

Primero se coronó el Stelvio, que recibió a los ciclistas con niebla, nieve, viento y 7 grados bajo cero. La cosa iba más o menos bien para todos, a pesar del clima: los favoritos iban agrupados y todo lo cómodos que se puede ir en esas circunstancias. Pero luego vino el Mortirolo, con mucho mejor tiempo (13 grados y sol) y en él la carrera rebentó. El culpable fue un joven de 24 años que en la etapa anterior había firmado su primera victoria como profesional: un tal Marco Pantani, gregario de Claudio Chiapucci. Se marchó del grupo con un ataque imposible de seguir. Poco a poco otros hombre fueron saltando a intentar alcanzarlo. Berzin fue uno de ellos. Todos esperábamos la reacción de Indurain, que optaba a ganar su tercer giro. Pero de momento no la hubo. Dejó escapar a la gente. Y luego puso su ritmo. Era su estilo, dejar a los demás hacer, no entrar al trapo, y luego hacer él su caminito. Y su caminito era difícil de seguir. Puso su ritmo, sentado, impasible, duro. Al principio todo el mundo le seguía, pero no podían aguantar mucho. Y poco a poco se descolgaron. Arriba Pantani hacía su exhibición. Y abajo Indurain la suya. Logró alcanzar a Berzin y dejarlo atrás, recuperándole tiempo. En una bajada a tumba abierta pilló a Pantani y siguió sacando ventaja respecto a Berzin, hasta convertirse en líder virtual del Giro. Sus seguidores, alegres por el recital que estaba dando y ufanos por ver cerca el tercer Giro.

Pero no conviene celebrar nada hasta que se llega a la meta, puesto que Indurain se hundió en el siguiente puerto, el Paso de Santa Cristina. Allí la pájara se apoderó él y no hubo nada que hacer. Pantani se largó hacia su segunda victoria consecutiva, entrando en la leyenda. Y Berzin, también deshecho, más por demérito de Indurain que por mérito suyo, recortó el tiempo suficiente para mantener la maglia rosa (la mantendría hasta el final, proclamándose vencedor, junto a Pantani, 2º, e Indurain, 3º).

Ese día entendí de qué iba eso que tanto se decía de la "épica del ciclismo", de las "etapas que hacen afición", de las "jornadas heroicas". Disfruté como un enano. Y no debí ser el único, porque hoy en día esa etapa está considerada una de las mejores de la historia del ciclismo, se puede descargar por ahí, y está entera en youtube. Como es lógico, no la voy a poner entera aquí, tan sólo dejo el momento que más nos hizo vibrar, la cabalgada del Pirata Pantani y el instante en que Indurain dejó atrás al líder y nos hizo soñar por un rato en que podía arrebatarle el jersey rosa:


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