Hace tiempo que no cuelgo nada de mis salidas nocturnas. Lo cierto es que llevo una temporada bastante tranquila y apacible, en la que salgo menos y de forma más tranquila. Ya no hay explosiones de euforia, ni de melancolía que reflejar por aquí. Sí de extrañeza, como anoche. La ciudad y algunos de sus locales (al menos los que yo visito) parecían tomados por el pijerío. Entiéndaseme, no es que quiera criticarlos, sólo es que había demasiados y por todas partes. Con sus zapatillas náuticas, sus polos en tonos pastel y sus camisas blancas de cuadros a medio remangar (sólo una vuelta de puño) y sus melenas aznarianas.
Acostumbrado como estoy a gafapastas-perroflautas-okupa-hippiosos, y entre los que, a fuerza de compartir espacios (que nadie se confunda, que no soy de esos), me he acabado sintiendo cómodo, el cambio de fauna me perturbó. Si no es porque los locales los conozco demasiado bien, diría que me había equivocado de sitio e ido a algún sitio de moda pijo.
Mi cabeza, a pesar de la cerveza, empezó a darle vueltas a la cosa. ¿Será que las tendencias de este verano imponen el paso de ir enseñando los calzoncillos a llevar la camisa por dentro del pantalón? ¿O es, más bien, que como es último fin de semana de mes, y con eso de la crisis sólo pueden salir los que tienen más posibles? ¿O, también por la crisis, hay que ir aparentando un nivel que no se tiene? Yo sólo sé que yo iba con mis vaqueros, mis sandalias y mi camiseta-souvenir (y sin afeitar desde hace muuuuchos días), y que todo el mundo a mi alrededor (menos el grupo de chicas que estaban de despedida de soltera que, mire usted qué casualidad, habían ido a ponerse justo a mi lado) parecía salido de un congreso de Nuevas Generaciones del PP. Un poco desconcertante todo, la verdad.
Por si todo esto fuera poco para hacerme sentir irreal, llegó el momento bizarro de la noche. Yo había estado brincando y cantando todo el rato (habitual en mí, que me euforizo con facilidad), y la gente que por allí había, habían estado con sus copas, tranquilos, buitreando a las de la despedida, sin armar mucho escándalo. Cuando, de pronto, pusieron esto:
Y entonces empezó a revolución pija. No sé qué les aportó esa canción, que se pusieron a bailar como locos. Y yo que me quedé quieto, por la sorpresa y el impacto (inexplicablemente, aunque yo no me movía, todo daba vueltas a mi alrededor). Que conste que no tengo nada contra la canción ni contra los pijos, pero es fácil de comprender lo raro del momento, el tinte onírico que todo adquirió. Menos mal que luego todo volvió a su cauce (es decir, yo semienloquecido y los pijos quietos):
Si no fuera por estos ratos...
Acostumbrado como estoy a gafapastas-perroflautas-okupa-hippiosos, y entre los que, a fuerza de compartir espacios (que nadie se confunda, que no soy de esos), me he acabado sintiendo cómodo, el cambio de fauna me perturbó. Si no es porque los locales los conozco demasiado bien, diría que me había equivocado de sitio e ido a algún sitio de moda pijo.
Mi cabeza, a pesar de la cerveza, empezó a darle vueltas a la cosa. ¿Será que las tendencias de este verano imponen el paso de ir enseñando los calzoncillos a llevar la camisa por dentro del pantalón? ¿O es, más bien, que como es último fin de semana de mes, y con eso de la crisis sólo pueden salir los que tienen más posibles? ¿O, también por la crisis, hay que ir aparentando un nivel que no se tiene? Yo sólo sé que yo iba con mis vaqueros, mis sandalias y mi camiseta-souvenir (y sin afeitar desde hace muuuuchos días), y que todo el mundo a mi alrededor (menos el grupo de chicas que estaban de despedida de soltera que, mire usted qué casualidad, habían ido a ponerse justo a mi lado) parecía salido de un congreso de Nuevas Generaciones del PP. Un poco desconcertante todo, la verdad.
Por si todo esto fuera poco para hacerme sentir irreal, llegó el momento bizarro de la noche. Yo había estado brincando y cantando todo el rato (habitual en mí, que me euforizo con facilidad), y la gente que por allí había, habían estado con sus copas, tranquilos, buitreando a las de la despedida, sin armar mucho escándalo. Cuando, de pronto, pusieron esto:
Y entonces empezó a revolución pija. No sé qué les aportó esa canción, que se pusieron a bailar como locos. Y yo que me quedé quieto, por la sorpresa y el impacto (inexplicablemente, aunque yo no me movía, todo daba vueltas a mi alrededor). Que conste que no tengo nada contra la canción ni contra los pijos, pero es fácil de comprender lo raro del momento, el tinte onírico que todo adquirió. Menos mal que luego todo volvió a su cauce (es decir, yo semienloquecido y los pijos quietos):
Si no fuera por estos ratos...