Hay una calle en Palma en la que, a saber por qué avatares, se concentran los locales de alterne (en realidad no es la única, pero las otras no son tan conocidas). Se trata de antros que llevan ahí ya unas décadas, y la decadencia les invade por todos los lados. Uno se imagina que la misma decadencia afecta a quienes trabajan dentro, e incluso a la clientela. La calle se llama Joan Bauzá, y dado que está cerca de mi casa, la he de atravesar de tanto en tanto y veo lo que por allí se mueve (en su mayor parte, hombres de avanzada mediana edad tambaleantes, o jóvenes de turbio aspecto).
De entre todos los locales de la calle, hay uno que siempre ha llamado mi atención. Es una vieja sala X, hoy en día cerrada, y que resume a la perfección el espíritu de dicha calle. Me imagino que durante la transición, cuando las nuevas libertades facilitaron la apertura de esta clase de sitios, la afluencia debía ser notoria, y a buen seguro que, estimulados por la película vista, muchos cruzaban a ver si podían desfogarse con alguna señorita de las de los clubs. Debió de conocer una vida mejor. Pero poco a poco la costumbre (pasada la represión a nadie llamaba la atención), el tiempo y sobre todo Internet acabaron haciendo naufragar el local. En torno a él se contaban numerosas leyendas: que estaba lleno de chaperos y señores dispuestos a hacerte cosas, que había un servicio especial de azafatas, que si las butacas estaban pringosas...
Yo nunca fui, no lo podré comprobar. La verdad es que tardé en descubrir su ubicación, y cuando supe donde estaba, ya tenía ese aspecto cochambroso y decadente que tan poco atractivo lo hacía. Mi única cercanía a él era la de, en mi niñez y primera adolescencia, consultar la cartelera para ver los títulos que allí se proyectaban. Eso me bastaba para imaginarme lo que se podía ver en la pantalla. Ahora lo que imagino es el aspecto del patio de butacas vacío, sin gente, el olor a humedad, la pantalla a oscuras, algunas ratas por ahí pululando. Cosas que tampoco nadie puede ver, puesto que la entrada y la taquilla están tapiadas, acrecentando la sensación de abandono. Sólo quedan los rótulos, medio caídos (la foto la he tomado de este sitio, en el que se pueden ver algunos de los clubes que hay en los alrededores). Y el título, sobre la ventanilla de la taquilla, también a medio caer, de la última película que se proyectó.
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