Desde Phiblogsopho se me convoca para una ronda de entradas en distintos blogs sobre el tema del Proceso de Bolonia y la Filosofía. Ahí va mi modesta aportación.
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Hace años ya que se viene hablando del Proceso de Bolonia y de las reformas que con él se pondrán en marcha, algunas de las cuales ya han sido introducidas. Las más importantes y trascendentes, sin embargo, están por llegar y se van a llevar a cabo en los próximos meses, para cumplir con el plazo último, que, en teoría, culmina en 2010. De todos estos cambio, conducentes a crear un espacio europeo común para que los estudiantes y los titulados universitarios puedan moverse libremente por la Unión sin problemas de homologaciones y trámites administrativos engorrosos, los más llamativos y discutidos son los referentes a la financiación y a los métodos de estudio.
Respecto a la financiación, se aumenta el porcentaje en que la empresa privada podrá financiar a la universidad. La consecuencia es que el dinero irá a estudios que puedan beneficiar a dichas empresas. Viendo el panorama empresarial y financiero, no es aventurado pensar que las carreras más beneficiadas serán las ingenierías, las arquitecturas y las relacionadas con la tecnología. De ello se seguiría una carrera entre las distintas universidades por capitalizar las inversiones, promoviendo másteres específicos y procesos de selección que contenten a los que ponen el dinero. Como resultado, tendremos universidades tuteladas y al servicio de determinados intereses económicos que, si bien asegurarán el empleo a los que en ellas estudien (algo que no ocurre hoy en día, donde los titulados acaban en el paro, o trabajando de algo distinto a lo que habían estudiado), dará al traste con la autonomía de las universidades y acentuará las diferencias ya existentes entre las universidades y, a la postre, entre las regiones.
La cuestión pedagógica no es menos peliaguda. Se promueve el trabajo en grupo e individual, descargando al profesor y otorgándole más protagonismo a la labor del alumno, que tendría que demostrar su esfuerzo más allá de un examen final, quedando el profesor como un mero asesor y evaluador de sus labores. La queja principal consiste en que será muy difícil para la gente que ya trabaja cursar estudios universitarios, ya que exigirían una dedicación casi exclusiva. Además, la tendencia sería premiar el trabajo y no el conocimiento.
Como resultado tendríamos universidades cada vez más elitizadas (mucha gente válida que hoy en día puede acceder a la universidad, no podría hacerlo), tendentes a crear meros engranajes para la maquinaria social según la necesidad de las empresas (evidentemente, la sociedad necesita de las empresas y ellas precisan empleados, pero nótese el matiz introducido con Bolonia, consistente en que de cada vez más son ellas las que dirigen el proceso, dejando menos espacio a la sociedad o a los "sabios"). Además, al quedar más reducido el número de universitarios, aumentarían los técnicos y las titulados no universitarios, quedando un mercado laboral no universitario más amplio y con menos posibilidades de movilidad social. En definitiva, tendríamos gentes muy puestas en lo suyo, capaces de desempeñar su empleo con total diligencia, pero carentes de una formación general que les integre en sociedades cada vez más complejas y globales. A la larga, una desintegración social cada vez más acentuada, con el peligro que ello constituiría.
Con este panorama, ¿en qué lugar queda la Filosofía?. Pues relegada a un segundo plano muy marginal (ya a la larga, a la desaparición de las universidades). Los criterios mercantiles y utilitarios en que se mueve la sociedad actual (y la empresa), dejan muy poco margen para una actividad que concluye en sí misma, sin que a priori tenga una aplicación práctica o resultados cuantificables que se puedan presentar de forma anual. Como consecuencia, tendremos un progresivo abandono por parte de los presupuestos de los estudios de filosofía, con la consiguiente pérdida de estudiantes (en un proceso ya iniciado antes de las reformas de Bolonia, todo sea dicho), que culminaría con la desaparición de la Filosofía de los ámbitos académicos, de los que depende desde hace ya mucho tiempo. La respuesta más fácil y sencilla que se puede dar ante esto, es la de la adaptación a estos "Reinos de Taifas" en que quedaría convertida la universidad y la sociedad, creando sus propias subdivisiones y jerarquías. Así, la Filosofía se vería desintegrada en una miríada de "filosofías de", vicarias, dependientes, y que adquirirían nombres pintorescos con el fin de quitarse de encima el molesto y sospechoso título de "filosofía". En definitiva, la fragmentación y muerte de la Filosofía. Incluso con la interpretación y adaptación de la tradición filosófica a las nuevas situaciones. En resumen, un empobrecimiento que, por otra parte, no es nada nuevo y lleva ya años produciéndose.
Siempre he defendido el carácter marginal de la Filosofía, la necesidad de estar en la sombra, de no creerse, como a menudo sucede, la piedra de toque de toda la sabiduría. Pero entre el margen y la nada hay una gran diferencia. Y tal y como lo veo, el futuro para la Filosofía es esa nada, cada vez con más claridad, aunque, como ya he insinuado a lo largo de la entrada, Bolonia no deja de ser una estación más en un camino que se inició antes, no su causa principal.
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Hace años ya que se viene hablando del Proceso de Bolonia y de las reformas que con él se pondrán en marcha, algunas de las cuales ya han sido introducidas. Las más importantes y trascendentes, sin embargo, están por llegar y se van a llevar a cabo en los próximos meses, para cumplir con el plazo último, que, en teoría, culmina en 2010. De todos estos cambio, conducentes a crear un espacio europeo común para que los estudiantes y los titulados universitarios puedan moverse libremente por la Unión sin problemas de homologaciones y trámites administrativos engorrosos, los más llamativos y discutidos son los referentes a la financiación y a los métodos de estudio.
Respecto a la financiación, se aumenta el porcentaje en que la empresa privada podrá financiar a la universidad. La consecuencia es que el dinero irá a estudios que puedan beneficiar a dichas empresas. Viendo el panorama empresarial y financiero, no es aventurado pensar que las carreras más beneficiadas serán las ingenierías, las arquitecturas y las relacionadas con la tecnología. De ello se seguiría una carrera entre las distintas universidades por capitalizar las inversiones, promoviendo másteres específicos y procesos de selección que contenten a los que ponen el dinero. Como resultado, tendremos universidades tuteladas y al servicio de determinados intereses económicos que, si bien asegurarán el empleo a los que en ellas estudien (algo que no ocurre hoy en día, donde los titulados acaban en el paro, o trabajando de algo distinto a lo que habían estudiado), dará al traste con la autonomía de las universidades y acentuará las diferencias ya existentes entre las universidades y, a la postre, entre las regiones.
La cuestión pedagógica no es menos peliaguda. Se promueve el trabajo en grupo e individual, descargando al profesor y otorgándole más protagonismo a la labor del alumno, que tendría que demostrar su esfuerzo más allá de un examen final, quedando el profesor como un mero asesor y evaluador de sus labores. La queja principal consiste en que será muy difícil para la gente que ya trabaja cursar estudios universitarios, ya que exigirían una dedicación casi exclusiva. Además, la tendencia sería premiar el trabajo y no el conocimiento.
Como resultado tendríamos universidades cada vez más elitizadas (mucha gente válida que hoy en día puede acceder a la universidad, no podría hacerlo), tendentes a crear meros engranajes para la maquinaria social según la necesidad de las empresas (evidentemente, la sociedad necesita de las empresas y ellas precisan empleados, pero nótese el matiz introducido con Bolonia, consistente en que de cada vez más son ellas las que dirigen el proceso, dejando menos espacio a la sociedad o a los "sabios"). Además, al quedar más reducido el número de universitarios, aumentarían los técnicos y las titulados no universitarios, quedando un mercado laboral no universitario más amplio y con menos posibilidades de movilidad social. En definitiva, tendríamos gentes muy puestas en lo suyo, capaces de desempeñar su empleo con total diligencia, pero carentes de una formación general que les integre en sociedades cada vez más complejas y globales. A la larga, una desintegración social cada vez más acentuada, con el peligro que ello constituiría.
Con este panorama, ¿en qué lugar queda la Filosofía?. Pues relegada a un segundo plano muy marginal (ya a la larga, a la desaparición de las universidades). Los criterios mercantiles y utilitarios en que se mueve la sociedad actual (y la empresa), dejan muy poco margen para una actividad que concluye en sí misma, sin que a priori tenga una aplicación práctica o resultados cuantificables que se puedan presentar de forma anual. Como consecuencia, tendremos un progresivo abandono por parte de los presupuestos de los estudios de filosofía, con la consiguiente pérdida de estudiantes (en un proceso ya iniciado antes de las reformas de Bolonia, todo sea dicho), que culminaría con la desaparición de la Filosofía de los ámbitos académicos, de los que depende desde hace ya mucho tiempo. La respuesta más fácil y sencilla que se puede dar ante esto, es la de la adaptación a estos "Reinos de Taifas" en que quedaría convertida la universidad y la sociedad, creando sus propias subdivisiones y jerarquías. Así, la Filosofía se vería desintegrada en una miríada de "filosofías de", vicarias, dependientes, y que adquirirían nombres pintorescos con el fin de quitarse de encima el molesto y sospechoso título de "filosofía". En definitiva, la fragmentación y muerte de la Filosofía. Incluso con la interpretación y adaptación de la tradición filosófica a las nuevas situaciones. En resumen, un empobrecimiento que, por otra parte, no es nada nuevo y lleva ya años produciéndose.
Siempre he defendido el carácter marginal de la Filosofía, la necesidad de estar en la sombra, de no creerse, como a menudo sucede, la piedra de toque de toda la sabiduría. Pero entre el margen y la nada hay una gran diferencia. Y tal y como lo veo, el futuro para la Filosofía es esa nada, cada vez con más claridad, aunque, como ya he insinuado a lo largo de la entrada, Bolonia no deja de ser una estación más en un camino que se inició antes, no su causa principal.
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