Sigo a vueltas con los diarios. Me pregunto porqué se siente la necesidad de volcar ideas y relatar momentos y situaciones. Por un lado puede tratarse de fijar el día a día, de sacar una foto del fluir de la vida exterior e interior. Pero por otro podría ser que se trate de vérselas con uno mismo, de destilar y filtrar el flujo que somos. ¿Exorcizar quiźas?
¿Para qué escribir fuera lo que pasa dentro? Suponiendo que no se pretenda que otras personas lo lean (y quizás, en algunos casos, sí es así), es más bien un modo de objetivarse, de convertirse en un espectador más o menos objetivo de la propia subjetividad. Con esta extraña conbinación sujeto-objeto de algún modo nos ponemos frente a nosotros y nos evaluamos. Le damos forma a lo que no lo tiene. Lo deformamos, porque no hay traducción fiel posible, pero así lo hacemos más seguro y firme. Lo sacamos fuera y nos aligeramos, si es que podemos soportarlo.
Por lo demás, ¿queda un resto por escrutar, algo en nosotros que no nos atrevamos a afrontar, una zona oscura a la que no somos capaces de mirar? ¿No es a eso, precisamente, a lo que deberíamos apuntar a la hora de filtrar?
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