No ir hacia las cosas, sino dejar que las cosas vengan. Estar abiertos, en un estado de apertura permanente. No parece fácil. Para esta labor es preciso el olvido: de esas cosas y de nosotros mismos, en la medida en que ellas y nosotros somos muros que interrumpimos los caminos. Pero que no nos ciegue la palabra camino: no hay kilómetro cero, ni destino, tan sólo hay una eterna movilidad.
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