Nunca hemos estado muy inclinados aquí hacia los días internacionales en los que se reivindican cosas. Y menos con la profusión de los últimos años: todos los días es el día de algo, y es imposible estar al tanto de y movilizado por todas las causas que hay. Sin embargo, sí que nos gustan algunas de las causas por las que se ha escogido tal o cual día para recordar que existe determinado problema o asunto. Algunas de ellas son muy curiosas y/o significativas. La de hoy lo es.
24 de octubre. Día internacional de las bibliotecas. Se conmemora la destrucción de la biblioteca nacional de Sarajevo en 1992 (lugar que ya tenía su sitio en la historia: a escasos metros se produjo el asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria, detonante de la primera guerra mundial). Recuerdo como si fuera hace un rato el relato en los noticiarios, las imágenes del fuego saliendo por las ventanas, la consternación general. Porque las guerras son una tragedia inconmensurable; la pérdida de vidas humanas y la destrucción nos impactan, pero son algo limitado a una zona geográfica, y aunque no queramos que estas cosas ocurran, ese sufrimiento no es el nuestro. Sin embargo, cuando son destruidos y vemos arder estos templos del espíritu (teatros, museos...) nos enfrentamos a una herida en el tejido inmaterial de la humanidad, ese que compartimos y que nos lleva a ser uno en el fondo.
La historia es trágica: la biblioteca ardió y se perdieron miles de rarezas e incunables, así como documentos históricos. La orden de destruirla la dio un antiguo usuario, el profesor universitario Nikola Koljević, experto en Shakespeare. Un hombre de cultura que ordena destruir un lugar sagrado para la cultura. El nacionalismo lo cegó y al acabar la guerra cayó en las redes del alcohol, acabando por suicidarse en 1997. Que cada uno saque sus conclusiones, la enseñanza que yo extraigo es que nadie, por muy sensible, concienciado o respetado que se sea, está libre de cometer atrocidades llegado un momento dado. Es algo que da miedo, no sólo por los demás, sino por nosotros mismos: ¿hasta dónde somos capaces de llegar? En la tranquilidad de nuestro sofá nos creemos muy dignos, pero si nos vemos arrastrados al límite, quién sabe lo que podríamos llegar a hacer. Hay signos.
Por lo demás, ¿no son estos días dedicados a asuntos diversos un trasunto moderno y laico, posreligioso, del santoral?
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