Vivimos en un continuo estado de hiperexcitación. Los estímulos son tantos que no sabemos ya dónde mirar. Además, lo que nos mueve cada vez es más fugaz: un fogonazo nos basta. Captamos un fogonazo y creemos que ha habido un disparo y que hay una lucha que librar. Pero puede que sólo haya sido fogueo y además dirigido desde la tramoya para despistarnos.
Cuesta esfuerzo no dispersarse entre tanta llamada de atención, pero tal vez nos convenga centrarnos en algunas pocas cosas y sacarles bien el jugo, sin despreciar nada de todo lo demás. Que los fuegos artificiales no nos impidan ver el cielo y sus estrellas.
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