Escribir ayuda a ordenar pensamientos. Les otorga un cauce por el que discurrir al que debemos cuidar. No conviene desbordarlo, y los distintos aportes hay que hacerlos cuidadosamente. No vale el aluvión (aunque las riadas también sirven para depositar sedimento en las orillas, haciéndolas más fértiles).
En su origen, las ideas son impetuosas, quieren liberarse de forma explosiva. Por eso los primeros apuntes son vertiginosos y caóticos. Es fácil ahogarse en ellos. Pero poco a poco se van remansando, recibiendo aportaciones, engrosándose, formando meandros. Y finalmente llegan al mar, y si se les ha otorgado un buen recorrido, pueden acabar formando un delta y penetrar con su dulzura en el salado mar más allá del límite de la costa.
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