Sábado por la tarde. Una discoteca. Buena música, buen ambiente, copas. Lo estás dando todo. Al lado, un grupo de jóvenes se divierte también. Pero de pronto, uno de ellos, al empezar determinada canción (que ahora mismo no recuerdo), se derrumba y empieza a llorar de forma desconsolada. Sus amigos lo llevan a un rincón e intentan consolarlo, pero resulta imposible. Media hora después, sigue llorando.
Fue impactante esa imagen, por plástica: en medio de la fiesta, el desconsuelo. Hubo en mi grupo quien hizo algún comentario jocoso, pero yo, de natural cínico y dado al humor negro, no fui capaz de tener ninguna ocurrencia. Me quedé reflexivo, preguntándome qué historia había detrás, preguntándome qué resortes hay en una canción para hacerte pasar de la alegría a la tristeza en unas milésimas de segundo.
Al rato decidí irme.
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