Somos careta. No hay Yo. No es que escondamos una faz, digamos, nuestra y verdadera, sino que siempre estamos jugando un papel. Es una forma de rellenar, de ordenar el caos vacío que somos.
La cuestión es si conformarnos con la máscara que nos pongan desde fuera (si es que hay una distinción clara entre dentro y fuera), o si vamos a hacernos una nueva, de dentro hacia afuera. Lo primero es más cómodo, lo segundo más arduo y a buen seguro generará más de un malestar. Pero ¿quién dijo que no haya que sufrir? Hagamos del dolor también un juego.
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