Hablando con una amiga acerca de una experiencia de salud traumática en la que se ha visto cara a cara con la muerte (dos paradas cardiorrespiratorias), me ha soltado una frase que me ha rondado todo el día. Simple, contundente, como un puñetazo. Directo al diafragma.
Morir es no estar. Fundido en negro y nada más.
No es que me sorprenda, siempre lo he creído así, a pesar de los relatos sobre túneles, fogonazos de luz o visitas de familiares ya muertos que tanto abundan. En mi ejercicio profesional, y no es que las reanimaciones me sean precisamente ajenas, nadie me ha referido que les haya pasado nada de esta índole, tan sólo un paciente contó que se vio a sí mismo y toda la escena "desde fuera". En cualquier caso, y en sentido estricto, no han estado muertos, sino como mucho en la frontera, así que por mucho que nos esforcemos en pretender aclarar algo no sabemos nada de la muerte. Lo que sí ocurre, y lo he visto en esta amiga, es que te cambia la vida y tu forma de enfrentarte a ella. Dicen que se pierde el miedo. Y eso ya es mucho.
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