Han empezado a proliferar iniciativas de sitios en los que no se permiten niños. Se habló hace meses de vuelos sin niños, y ahora en Mallorca tenemos algún hotel libre de niños. Los responsables lo defienden apelando al sacrosanto mercado: dicen que hay demanda y que tienen clientela. Y se quedan tan tranquilos. Aunque sea anecdótico, y hay que reconocer que a veces los niños pueden ser muy latosos (pero, ¿son los niños o son sus padres, que no los tienen controlados?) y pueda ser comprensible que a ratos no se les quiera cerca, lo cierto es que este tipo de restricciones resultan algo inquietantes. Porque ya hemos pasado de vetar la entrada por llevar pantalón corto o sandalias, a no dejar estar a personas por tener algún rasgo característico. En un par de pasos más tendremos hoteles libres de negros. O de judíos. Que digo yo que en algún lugar también habrá demanda.
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