sábado, 2 de octubre de 2010

Vieja/nueva oratoria

Algo que me llama la atención de los discursos y alocuciones añejas es la entonación que se les da. Si se afina el oído, se percata uno de que tienen un cierto tono ascendente: se habla con entusiasmo, con una musicalidad que hace que las frases y sus partes terminen en alto, creando suspense, provocando que se anhele lo que ha de venir después. Tienen un aire marcial y arengario. No sólo son los políticos los que hablaban así, quienquiera que se dirigiera a un público lo hacía de este modo. Sin embargo, es en el ámbito político donde más destaca esta forma de declamar, y puede que la fuerza que adquirieron algunas ideologías del pasado siglo en España radiquen en buena medida en la energía de los discursos emitidos. 

Pero si curiosa resulta para nosotros esta forma de hablar, no menos lo es el abandono que se ha hecho de ella, hasta dar en un estilo diametralmente opuesto, al menos en el campo de la política: un hablar cansino, a trompicones, desvaído, lipotímico. ¿Puede tener algo que ver en ello la voluntad, tan marcada en nuestra clase política, de tomar distancia respecto al viejo régimen, ya que el dictador hablaba así (y cuarenta años de régimen hicieron que esa cantinlea se asociara al dictador)? Sea como fuere, si los viejos discursos inflamaron a la gente, puede que esta forma de hablar de ahora sea la que la tienen amuermada y anémica. Y puede que sea mejor así, visto los trágicos resultados del enérgico estilo antiguo. Pero se echa de menos algo de vida en la política, que al menos parezca que corre sangre y no horchata en las venas de nuestros representantes. No digo que haya que volver a las viejas formas, pero sí que habría que inyectarle algo más de "electricidad" a los discursos. Que no nos inflamen y nos lancen a la contienda. Pero que tampoco nos duerman y/o nos hipnoticen.

2 comentarios:

Douce dijo...

No había reparado en esta curiosa observación. Es cierto también que hace tiempo que me ahorro el oírlos.

Es claro que el discurso no son sólo palabras- vacías de contenido por cierto y sopladas por asesores -. El discurso es también la mímica, el movimiento de las manos y los brazos, la mirada, el 'tono', la actitud del orador, hasta su atuendo, elementos todos muy estudiados y ensayados pero que no evitan que el 'hombre' o la 'mujer' que disertan se dejen retratar.

Todo eso es verdad pero sigo creyendo que lo que también contribuye a no 'convencer' al auditorio y 'oculatorio' es el vacío del discurso hecho de tópicos e insultos algunas veces.

Esa es mi opinión, se admiten todos los matices.

Gracias por invitarnos a pensar.

El Pez Martillo dijo...

Ciertamente, el contenido tampoco es muy brillante, y eso desmotiva. Reconozco que a veces peco de demasiado irracionalista, pero me temo que la gran mayoría de gente no presta atención a ese contenido y que al fin y al cabo lo que cuenta es todo lo "accesorio" (entonación, vestimenta, aspecto físico, incluso la musiquilla del partido...).