De un tiempo a esta parte, cuando alguien hace declaraciones críticas con aspectos de la religión cristiana o sus representantes, se ha puesto de moda espetarle que a ver si se atrevería a hacer lo mismo con el islam. Ciertamente, a veces se cargan demasiado las tintas contra los pusilánimes obispos mientras los más fanáticos mullahs, imanes y demás fauna campan a sus anchas sin que se les preste demasiada atención y nadie les levante la voz. Es verdad que resulta más fácil e inocuo vapulear a los acoquinados cristianos que a los beligerantes musulmantes (aunque cada parte tendrá de todo, quiero imaginar). Sí, es más fácil ser valiente cuando sabes que nadie te va a proclamar una fatwa. Al menos eso es lo que dicen los que siguen esta moda, manifestando su queja sobre los ataques que el cristianismo recibe, y creyéndose medio valientes por nombrar a la bicha islámica de forma colateral. Sin embargo, uno intuye que lo que les molesta en sí no es la crítica que se haga, sino el hecho de que nadie les proclame una fatwa. Sí, lo que les jode es que nadie actúe como islamista cuando de defender al cristianismo se trata, y en el fondo desearían poder amenazar a todo el que caricaturice a sus profetas, líderes y sacerdotes. Creen estar lejos, pero están más cerca de ellos de lo que creen.
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