sábado, 16 de octubre de 2010

Después de tantos años (R. Franco, 1994)

Veinte años después de El desencanto, Ricardo Franco emprendió la grabación de Después de tantos años, que pretendía recoger la evolución de los Panero en estos años en general y más en concreto tras la muerte de la madre, acaecida en 1990. En vista del desolador film anterior, la cosa no auguraba nada bueno. Y así es. La pérdida de la madre atomiza la relación fraterna y los tres hermanos se mantienen distanciados (al contrario que en la otra película, no se les ve juntos, sólo unos momentos al final se puede ver a Michi y Leopoldo reencontrándose en un cementerio). El mayor de ellos, José Luis, parece renegar de la familia y de sus hermanos, y parece que es el que se mantiene más a flote. Pero Michi y Leopoldo son dos sombras pálidas de lo que fueron. Michi, enfermo de polineuritis, renquea por una casa cochambrosa y destila amargura por todos los poros (la amargura de saberse, ahora sí, un fin de raza, sin aderezos poéticos ni poses literarias). Y Leopoldo, tan solo como los demás, ha arrastrado su cuerpo de manicomio en manicomio y mantiene una locura semilúcida muy inquietante. 

Si en la primera película el eje es una especie de ajuste de cuentas con la figura del padre ya fallecido, ahora el ajuste de cuentas es con la madre y su muerte. El resultado es más dramático y deprimente, ya que las enfermedades, los excesos, la locura y el paso del tiempo han sumido a los hermanos en una decrepitud que los convierte en auténticas almas en pena. Dicen las cosas descarnadamente y con una frialdad descorazonadora, que deja al espectador con muy mal cuerpo tras el visionado de la película. Aún así se la recomiendo muy encarecidamente, si tienen estómago suficiente para contemplar las miserias de una familia a todas luces patológica. Les dejo con los minutos iniciales: 

PD: dada la dificultad de encontrar esta película, debo agradecer al colega bloguero y amigo Horrach (otra vez, y ya van nosécuántas) que me pasara una copia.

4 comentarios:

Jarttita. dijo...

Michi es el único que merece la pena, a pesar de sí mismo. El hermano mayor es insoportable, deleznable, y Leopoldo sigue siendo lo que Biedma decía de él: Blablapoldo.

Me alegro que le gustase. La peli merece la pena, la relación entre los miembros de la familia no te deja indeferente. Y la figura de la madre, como bien dices, sobre todo.

Saludos.

Johannes A. von Horrach dijo...

Amargura, desolación y derrumbe. Qué peliculón. Y lo mejor es verla justo después de la de Chávarri (como hizo Canal + en 1995, cuando las programó seguidas), para ver en qué acaban, 20 años después, determinados sueños de grandeza. El grado de crudeza de determinados momentos es espectacular, como el de la muerte de la madre, o los reproches de Michi a su hermano mayor.

Por lo que me dijo un psiquiatra que conoció y trató a la familia, Michi fue víctima de su capacidad de seducción peterpanesca, y de una indolencia autodestructiva. Y de la madre echaba pestes, pues la hacía en gran parte responsable de determinados aspectos del derrumbe de los hermanos. Los otros dos se retratan solos.

saludos y gracias por los halagos

PS: en una entrevista que apareció póstumamente, Michi dijo que fue amante de Lucía Bosé...

El Pez Martillo dijo...

Leopoldo lo que es es un tarado de mucho cuidado (no tengo los conocimientos suficientes para ponerle nombre a su transtorno, pero que está como una cabra es evidente), y los otros también tienen lo suyo.

Supongo que cuando los tres son así algo de culpa habrá en los padres, si no hay nada genético allí que les desordene la conducta y les lleve a la autodestrucción.

En fin, todo un documento estremecedor.

Saludos.

PD: la escenita de Leopoldo intentando resucitar a la madre recién muerta cual bella durmiente es tremenda.

Johannes A. von Horrach dijo...

Y sí que al final se han convertido en un 'fin de raza a lo Wittelsbach', porque, salvo sorpresón de última hora de Juan Luis y Leopoldo, no dejan descendencia más que estas películas y sus libros.

Pero es cierto, querido Pez, que algo familiar, genético, debe haber ahí. Y, si no, fíjense en los primeros minutos de la película, cuando Michi habla de sus delirantes tías (paternas) y sus lúgubres andanzas limpiando los huesos de la tumba familiar, o llevándose dientes de oro para hacerse medallones...