viernes, 26 de marzo de 2010

El día que le dí la mano a Matas

Uno de los protagonistas de esta semana es sin duda el ex presidente balear Jaume Matas, que ha tenido que ir a declarar a los juzgados para declarar por el caso Palma Arena. El hombre ha copado conversaciones y minutos en los telediarios, y yo voy a dedicarle también un modesto hueco en mi espacio internetero, en el cual voy a relatar una vieja anécdota que yo mismo protagonicé.

Hace unos años, cuando aún era presidente de las Baleares (él, no yo, Dios me libre), se abrió una nueva unidad en el hospital donde trabajo. No era una unidad al otro lado de mi puesto, sino que era el sitio en el que trabajaba y sigo trabajando. Al cabo de unos meses de estar en marcha, vinieron llos políticos a hacerse la foto y a hacer como que la inauguraban. Para la ocasión, dado el carácter de esta unidad (en cierto modo pionera en España), el Presidente tuvo a bien acercarse y hacerse la foto. Hasta aquí ningún problema, es más o menos lo habitual. Lo anecdótico viene cuando me dicen que el día que va a venir me toca estar a mi trabajando allí, y dado que en dicho lugar sólo hay un enfermero, pues me lo iba a comer de pleno. "Mierda", pensé. No me gusta el paripé político, y tampoco que vengan a perturbar la tranquilidad de los pobres niños enfermos, y menos que los que vengan sean la plana mayor regional. Porque claro, viniendo el "Molt Honorable President", con él iba a venir toda una comitiva de cargos, secretarios fotógrafos y lameculos varios que me iban a hacer incómodo el trabajo durante un rato. Así fue.

Llegó el día de la visita, y yo acababa de hacer algo cuando, mientras me lavaba las manos, vi por el ventanal que da al pasillo a la masa de gente que se disponía a entrar. Matas a la cabeza. Yo apresuré mi lavado de manos, pero me pillaron al principio, y no pude terminar antes de que entraran. Y como la educación es lo más importante, Matas se me colocó detrás con la mano tendida. Y yo ahí lavándome las manos. Como no quise hacerle esperar (suponía que tenía cosas más importantes que hacer que estar ahí de pie esperando a que un empleado le diera la mano), pues aceleré aún más el lavado, ya en la fase de enjuagado. Y entonces me vino la inspiración. "Ara voràs". Sin secarme las manos, me giré y le di un fuerte apretón de manos, pidiéndole perdón por dársela mojada para no hacerle perder tiempo. Él con una sonrisa, dijo que no pasaba nada, que lo entendía. Espero que lo dijera sinceramente, porque yo sí que lo dije de corazón. Tras el saludo, le di la espalda de nuevo y me enjuagué un poco más las manos, por si acaso...

Fue una de esas cosas no premeditadas y espontáneas, pero que me quedó perfecta. Y ahora que tengo en mente algunas travesuras para las visitas ilustres, no viene nadie (bueno, vino la princesa, pero ese día tuve libre).

2 comentarios:

PENSADORA dijo...

Jejeej! muy bien pez, así se hace, no esperaba menos de usted.

Por cierto, mucho mejor ahora, el formato del blog digo.

Saludos y feliz finde compañero!

. dijo...

No tenías por qué preocuparte. Ya ves que la visita no era tan ilustre como aparentaba.

Saludos