Ya tenía alguna señal, una ligera intuición, pero en los últimos meses he tomado plena conciencia de ello: me cuesta mucho entenderme con los veinteañeros (sobre todo con los de la primera mitad, la que va de los 20 a los 25). No es que tengamos gustos y aficiones distintas (a decir verdad, no coincido ni con la mayoría de coetáneos), es que ni siquiera congenio con ellos. Ni ellos conmigo. De algún modo, he transpasado una frontera, un barrera que no sé en qué consiste, pero que me hace verlos como ajenos, como seres extraños con los que, a lo sumo, podré tener alguna con fluencia esporádica.
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