lunes, 8 de diciembre de 2008

Ecos de la otra noche


Las noches en que se sale con poca compañía adquieren, vaya usted a saber porqué, un carácter especial. Si se va con la pandilla habitual (eso que los vascos llaman cuadrilla) todo es más o menos igual que siempre, pero el hecho de que por H o por B se haya roto la dinámica habitual, hace que la noche tenga un matiz imprevisible. Y puede pasar de todo.

Algo así ocurrió el pasado viernes. Ante la desbandada general motivada por puentes y aperitivos navideños, quedamos solo dos colegas. Había ganas de salir, y no íbamos a permitir que la falta de grupo nos amilanara, así que allí nos fuimos. Cena china y encaramos el Soho. Eran más o menos las doce de la noche, y el había buen ambiente. No habían transcurrido ni diez minutos cuando un grupo de energúmenos británicos entraron, uno de ellos visiblemente borracho (y probablemente con algo más que alcohol en el cuerpo). Empezaron a berrerar con sus bárbaros vozarrones, pero la palma se la llevó el más alterado, que no paraba de gritar "yeah baby", provocando que las camareras le llamaran la atención a él y a sus amigos. El tío, no contento con hacer que todo el bar se girara hacia él, empezó a darle puñetazos al aire con notable descoordinación motora y pobre equilibrio. Creó un hueco entre la gente, puesto que nadie quería que uno de esos puñetazos (a saber si veía a alguien ante sí) le diera. Se arrimaba a los grupos de chicas, provocando que algunas de ellas se fueran, e incluso hizo que otro cliente se ofreciera voluntario para echarlo, cosa que, por suerte, hicieron sus amigos.

Al poco apareció una rubia, también tambaleante, que se desplomó sobre una butaca y se tiró más de una hora durmiendo a pierna suelta. Un amigo suyo, con los ojos entrecerrados y gesto totalmente inexpresivo, se puso su abrigo y su sombrero, y circulaba por ahí sin saber muy bien lo que hacía ni donde estaba.

Pero aún estaba por llegar lo más extraño: un joven con los ojos completamente abiertos y haciendo extraños gestos. No sólo parecía borracho, sino que además parecía no estar muy bien de la cabeza. Intentaba separarse de la barra, pero estaba temeroso y mantenía una mano apoyada, como un bebé que empieza a caminar, que no se atreve a soltarse de los muebles que va encontrando a su paso y caminar solo. Al principio estaba solo, pero más tarde llegó un grupo de chicos en el que había uno con chupa de cuero y ojos de borrachera total que empezó a darle coba. A los cinco minutas ya estaban abrazados y declarándose su incondicional amistad (en ese gran momento alcohólico de "dú edes bi bejor abigo"). Juro que me costó aguantarme la risa, y tenía que mirar a otros lados para que no vieran la sonrisilla que se me ponía.

Y aún más, porque en medio del ambiente gafapasta y pseudointelectual que allí se mueve, entraron un grupo de tipos que parecían salidos de un congreso de Nuevas Generaciones, con camisa y jersey. En fin, que la cosa se puso muy surrealista, y yo ya empezaba a buscar la cámara oculta.

Menos mal que las camareras estuvieron al quite (en concreto Carolina, la jefa), y viendo que éramos de lo más deseable (en todos los sentidos...) del lugar, invitó a unos chupitos de tequila, que brindamos y compartimos como es debido.

¿Alguien da más?

2 comentarios:

Johannes A. von Horrach dijo...

Menos mal que usted es discreto y deja para nuestra pudorosa conciencia lo que llegamos a hacer con ciertas chicas danone que nos rodearon en el Kung Fu (francesitas) y en el Soho (españolazas). Si es que no podemos salir, que nuestras fans una noche de estas nos van a dar un disgusto...

El Pez Martillo dijo...

Es que, querido Horrach, un caballero nunca habla de sus conquistas. O al menos no las publica a los cuatro vientos. Noblesse oblige!.